martes, 31 de agosto de 2010

Tarta de higos con jamón y queso de cabra



La entrada de hoy, algo especial. Empieza mi colaboración en una revista Antonia Magazine...

Conocí hace poco a una persona simpática y dicharachera, enérgica e incansable, con historias por doquier, con la cual no puedes aburrirte ni un segundo. Su cabeza va a mil por hora y no hay quien la pare como se proponga un proyecto. Ideas no le faltan y, lo mejor de todo, sabe plasmar todo lo que su cabeza piensa, salirse del molde e innovar con todo lo que inicia. Por eso, sólo tenía que aliarse con una amiga, su socia, la mejor con su estilismo, capaz de montarte un sujetador con cuatro lechugas y una guitarra con una papaya en unos minutos. Con este equipo y más colaboradores ambas montaron una de las revistas más rompedoras, la que sin duda marcará el ritmo de los nuevos tiempos para la prensa online.

Cuando me hablaron de Antonia Magazine no lo dudé ni un segundo, yo tenía que colaborar aquí. ¿Una revista online? Sí, pero no una revista al uso, sino una sin perjuicios, con propuestas dispares, que la van a hacer llegar lejos, ya lo digo yo. Ideas innovadoras, temas "des-esteorotipados" y la muy buena presentación de esta revista fue lo que me atrajo a engancharme a ella. Bueno, esto y una de sus creadoras, que irradia talento en estado puro.
Me ofrecieron participar en su proyecto y con mi mayor afición: la cocina. Aquello que me inspira y me obsequia con momentos agradables y relajantes. Me gusta ser creativa en mis recetas, cuidar el aspecto y aprender, por lo que espero que no sólo os guste la receta que preparo para este mes, sino que también os animéis a hacerla y triunfar con vuestros comensales.


Bueno y estos días como habréis podido comprobar no he tenido tiempo de pasar mucho por vuestras cocinas y blogs. Ando bastante liada con trabajo extra y muy muy importante, así que esperadme unos días y seguiré visitándoos.


sábado, 28 de agosto de 2010

Sorbete de mango




Desde hace unos días he perdido por completo la vergüenza. Nada de complejos ante momentos violentos, hasta he llegado a pensar que podía protagonizar yo solita un nuevo Diario de Bridget Jones.
Siempre he sido las que atraen las situaciones más embarazosas, las que se grita a los cuatro vientos: "¿por qué yo?". Algo me indica que no me voy a escapar si surge dicha situación y cada día más lo compruebo...

Y es que estaba paseando con unos amigos por una conocida plaza del barrio de Malasaña en Madrid. Hacía muy buen día, un solazo en pleno mayo, que invita a sentarse en alguna terracita, por lo que nosotros no íbamos a ser menos. Tapeo, comida y café final fue lo que dsifrutamos en este sitio, cuando muy animada la cosa decidimos caminar a un café cercano para terminar la tarde. Nos levantamos e iniciamos ruta, cuando veo a cuatros chicos entusiasmados con un balón enorme, o eso imaginé yo, muy poco acostumbrada a este deporte. Tal como lo divisé, comencé a andar rápido, pero mis amigos gritaban que tranquila que para qué correr. Yo me calmé y por dentro me alivié: "Anda, Gema, que mala suerte sería que te cayera a ti el balón con el montón de gente que ahí". Pero las fuerzas del otro mundo me escucharon y allí que decidieron darme en donde más me dolía: en mi vergüenza...
- ¡Bolaaaaaaaa! -gritó uno de los niños.
- ¿Bola? ¿Bola? ¿Dónde? ¡Ahhhhhh!
Un dolor intenso y un mareo sobrevenido...¿Que dónde iba a ir lista? Pues en toda tu cara, en pleno centro y con una fuerza centrífuga descomunal. Quien lanzó el balón, el mismo Ronaldo con diez años menos, que cuando vino a recoger la pelota allí le eché un mal de ojo para que no prosperara su carrera y sí siento decir esto, pero el dolor de nariz y el de cabeza que me lió su patada aún lo recuerdo. Pero, claro sí sólo hubiera sido esto. Imaginaos la situación, en mitad de una plazoleta con una terraza repleta de gente y mucha más sentada en el suelo con una cerveza bien plantada al lado. Las risas se unieron en coro, todos señalándome. Mi orgullo totalmente herido... Ante esta situación sólo había una salida: " Dientes, dientes" como buenamente dijo la Pantoja a su ex-novio y salir corriendo por patas.

Muchas así, la más reciente, hace unos días, en la que mi vergüenza quedó por los suelos. Resulta que me tocaba limpieza total de la casa. Me coloqué el vestido más fresquito que tenía mini-mini, un moño totalmente de moda de esos tan estiraos que me quitan hasta la expresión de la cara, zapatillas de casa y manos a la obra.
Comienzo a quitar cosas de en medio y me adentro en la cocina. Veo la basura, la cierro y me dispongo a sacarla al cuarto de mi planta destinado para ello. Llego a la puerta y pienso: "¿dejo la puerta abierta y corro por si se cierra o me llevo las llaves unos segundos?"
¿Qué hice? Como no soy muy sensata y me considero más veloz que un leopardo, pues preferí correr. Ahí me ves, toda dispuesta cuando en mitad de trayecto se oye un ¡Plofffff! Me paré en seco y:
- ¡Ahhhh! ¡No me lo puedo creer! ¿Y ahora?
Echo la basura y a la vuelta mi puerta cerrada a cal y canto. Me miro las pintas y pienso que el móvil, el monedero y todo está ahí dentro, porque las llaves por lista te las has dejado dentro y Carlos en la otra punta de España disfrutando en la playa. "Madre de Dios y ¿Por qué yo?"

Me vino un poco de cordura y relacioné una situación en la que tuve que pedir las llaves al portero y él me sacó unas que tenía guardas en la portería. Lo malo, mi vestimenta, ¿cómo bajar con ese vestidito y unas zapatillas de estar por casa? "Bueno llamo a mis vecinos, les explico mi situación y a ver si alguno me puede hacer el favor de bajar".
¡Qué mejor ocasión para conocer a mis vecinos que ésta!, ¿verdad? Sin embargo, llamé a casi toda la planta y ninguno apareció... Total que mi nivel de desesperación aumentó, de modo que me tragué la vergüenza y para el ascensor que me metí. Marco el 0, pero no me hace ni caso y empieza a subir. "Esto sí que es mala suerte...". Me paro en el noveno y se mete un vecino, me observa haciendo una radiografía entera de mi persona y yo como si eso fuera lo más normal del mundo. Doy por segunda vez al cero, ¡bien! comenzamos a bajar. Pero mi suplicio no podía acabar aquí, así que en el cuarto se sube una madre con una niña de rosa entera, repipi como ella sola, me mira, me señala y le comenta a su madre:
- Mamá, ¡la muñeca de mi pijama!
"¿Y se ríe? ¿Pero niña tú has visto qué guapa vas?"
¡Tomaaa! Destapada por completo y yo maldigo a algunas tiendas de ropa interior femenina por fabricar una colección entera con algún dibujito animado, que nos hacen volver a la niñez y al final vamos llevando lo mismo que cuando teníamos seis años...
Por fin llego a la portería y el encargado de ésta se encuentra enfrascado en una conversación telefónica. "Sí, ajá, el número ¿me lo puede dar? y ¿el horario? ¿Entonces dice usted...?" Tres minutos como tres infiernos, para que el hombre capte mi presencia... Su cara de asombro no me asusta ya. Le comento lo sucedido y me confirma que hay unas llaves o eso cree en el cuarto de portería. Yo rezo para que así sea...
Me da las llaves y sin más entretenimiento llamo al ascensor para desaparecer de allí, cuando escucho por detrás "¡Hola!" y veo a otro vecino del noveno. Éste el típico jovencito con tipín y seguramente con una lengua hasta los tobillos. Lo conocí hará un mes cuando me topé con él dos veces seguidas en el ascensor. Ahí dio rienda suelta a sus artes amorosas, parloteando a diestro y siniestro. A mí que ni me va ni me viene, porque tengo al mejor "don" en mi casa, pues pasé un poco, pensando que otra anécdota más. Lo que no intuía era esta situación subiendo con él hasta mi casa con mis pintas tan "bonicas" (cómo diría mi abuela) y él tan fascinado con mi indumentaria, que ni siquiera abrió la boca...

Y hoy os trago un rico sorbete. Fácil de hacer, muy bajo en grasa y delicioso, que nos ayuda a bajar una comida y para estos momentos post-vacacionales nos permite comer más sano...


Sorbete de mango
Ingredientes
1 mango madurito de unos 800 gr sin pelar
1 yogur griego azucarado
4 cucharadas de azúcar (puede sustituirse por edulcorante o echarse más si se ve necesario)

Pelamos el mango, le quitamos el hueso y lo troceamos. Lo ponemos en el vaso de la batidora y añadimos el yogur griego y el azúcar. Batimos bien y se coloca en la heladera si tenemos siguiendo las instrucciones del fabricante. Después se deja en el congelador mínimo dos horas.
Si no tuviéramos heladera, lo metemos en el congelador y sacamos a la media hora para remover bien y quitar los posibles cristales que hayan surgido. Repetimos este procedimiento cada 30 minutos durante dos horas aproximadamente, pero puede hacer falta más tiempo.

martes, 24 de agosto de 2010

Ensalada de lentejas, jamón y uvas



Como ya os he contado, para la comida siempre he sido una "tragicomedia", especialmente para los días en que en mi plato aparecía esta legumbre de la que trata la entrada de hoy, las lentejas.

En un suplicio se convertía el día en que me tenía que sentar delante de ellas. Aunque lo peor, visualizar por la noche el bowl enorme con una gran cantidad de lentejas en agua. Más grande que mi cabeza y eso bien complicado que era. Todas puestas en perfecta armonía preparadas para dar lo mejor de sí. Y yo venga a mirarlas, imaginando dentro de mí que las tiraba o que las cogía en puñados y las distribuía en vasos con algodón para formar esas bonitas plantas que me enseñaron en el colegio. Sin embargo, conocía el fin de ellas y me entraba un sudor frío... Intentaba iniciar la preparación mental para el combate de la comida del día siguiente, pero finalmente me iba a la cama bien calentita.
Al día siguiente me levantaba dándome ánimos, pensaba que aún quedaban unas cuantas horas antes de la lucha. De repente, un olor familiar me llegaba de la cocina y para constatar que no seguía soñando me asomaba al filo de la entrada a la cocina, cuando, ¡horror! los sofocones se apoderaban de mí al vislumbrar una olla exprés que entonaba jocosamente el canturreo de un tren en miniatura. Más blanca que la pared me quedaba y con los nervios a flor de piel, deseando únicamente que no llegara el momento del sacrificio, pero la maldición había sido echada y el tiempo se confabulaba contra mí, por lo que unas horas parecían segundo y los gritos de mi madre para que apareciera por la cocina para comer se hacían presentes, reales.
- ¡Gema! ¡A comer!
Pero yo oídos sordos, jugando al escondite con mi hermana...
- ¡Geeeeemaaa! ¡Geeeemaaa!
Y seguía ignorando la llamada. Pero mi hermana me delataba, el olor le había llegado entre las puertas del armario desde hacía mucho tiempo y jugaba porque no le quedaba más remedio, que por ella había ido a desayunar lentejas. De modo que ante el primer grito madrero, la niña abandonaba su escondite y salía pitando, a lo "correcaminos", dirección a su plato de comida. Yo remoloneaba, hasta que ya no soportaba más ese soniquete agudo en mis oídos.
En el tiempo que tardaba en llegar, mi hermana había casi vaciado su plato. Yo, que ya no me extrañaba ante este espectáculo de rapidez. la observaba confirmando mis teorías de que hermana mía no era, había venido de una adopción seguro... Porque, vamos a ver, poniéndonos un poco en situación, ¿a quién le puede atraer un plato aguado marrón, con unas patatas flotando? El chorizo se salva... Pero, mucho peor, ¿quién va a considerar apetecible unas lentejas pasadas por la batidora? ¡Yo, no!
Sí, sí, porque un día a mi querida madre, se le ocurrió que para que me comiera mejor, un buen invento podía ser apachurrar todo y formar un puré. La primera vez que me colocó eso delante, me asusté un poco: "¡Cucha tú que volvemos a las papillas!" Escalofríos me entraron esa vez, ahora mi madre se encargó de recalcar, que no, que eso era comida de niños grandes, ante lo cual no me quedó más remedio que asentir y seguirle el juego, para no perder la dignidad ante mi hermana de seis años menos, que llevaba "probando" este tipo de comida desde antes de su año de edad.

Ahora, la cosa se ponía mucho más fea, cuando me quedaba a comer en el comedor del colegio. Yo era la típica, aquella niña que no comía, que perdía las horas muertas delante del plato hasta que llegaba la hora de la vuelta a las clase. Eso, cuando no echaba todo lo que llevaba dentro, que solía ocurrir el día que de primero ponían lentejas. Yo veía que la profesora iba muy poco cuidadosa metiéndome cucharadas en la boca sin prestar atención a mi cara de angustia, mal, muy mal,... Mira que la avisaba con la mano para que bajara el ritmo, pero ella ensimismada en sus pensamiento y hartica de mí, cuando ¡buahhh! ¡Adiós baby limpio y mirada de horror de la "seño"! Me agarraba cuan niña del exorcista y me limpiaba a malas, que si hubiera podido hasta serrín me echaba, cuando me oía decir: "Si yo la he avisado seño".
A mí, quien realmente me asustaba era mi abuela. Me recogía de la parada de autobús y si me veía aparecer con otra bolsa bien cerrada no se extrañaba, como si lo hubiera adivinado antes de que llegara, pues ya me tenía una buena merendola a pesar de mis pocas ganas de seguir ingiriendo alimentos.

Sin embargo, éste suplicio me ha acompañado hasta los últimos años, incluso en los días de celebración. Mi madre, algo supersticiosa ella, planta este plato el último día del año, "porque hay que entrar con buen pie", afirma. Y yo, que no paro de decir que no tiene ningún fundamento su afirmación, que fue uno que le encantaban las lentejas y lanzó eso para comer otro vez más, que entonces tendríamos que ir pisando excrementos, diciéndolo finamente, para tener buena suerte. Ella ni mu, por lo que mi último recurso, un refrán muy popular: "lentejas, si quieres las comes y si no las dejas", no paro de repetírselo año tras año, a lo que o no me contesta o sin apenas darle mucha importancia suelta: "Tú te las comes" con la superioridad propia de quien tiene la sartén por el mango, claro. Hubo un año, que me dejó no probarlas, creo recordar que fue en mi época de rebeldía adolescente. Harta ya de mí y para comprobar hasta qué punto esa superstición es cierta, decidió ponerme otro plato y yo felizmente que comí, pero como siempre que la contradigo, todas sus funestas premoniciones se hacen realidad, ese año no fue demasiado bueno y yo desde entonces no falto a mi cita con las susodichas ese día.
Hoy, el encargado de colocarme las lentejas delante de los ojos es Carlos. Otro "rarito" que disfrutaba con las lentejas de pequeño. Menudo dolor le entró en el cuerpo, cuando se enteró que ahora era cuando empezaba a tomar legumbre. Pero él intenta conquistarme con su potaje. Con ellas demuestra su arte con los fogones y con su choricillo picante le da su toque. Con sólo ver con el primor que prepara una de sus comidas preferidas, las trago saboreando y disfrutando, ante lo cual yo misma me asombro, ¿será el amor con el que las hace o seré yo la enamorada?


Ahora la receta, con la que he descubierto que me gustan más aún las lentejas fresquitas, con ingredientes diferentes y otros sabores adicionales. Por ello, os dejo un contraste de sabor riquísimo y muy original:

Ensalada de lentejas, jamón y uvas
Ingredientes para 2 personas:
200 gr de lentejas cocidas
160 gr de champiñones fileteados en conserva
160 gr de cebolla pochada (yo la compro en conserva del Mercadona que está muy buena)
125 gr de queso fresco
20 tomates cherry
3 lonchas de jamón serrano
20 uvas grandes "red globe" lavadas y sin pepitas

Para aliñar:
Un chorreón de vinagre de Módena (3 cucharadas)
Otro chorreoncillo Aceite de oliva Virgen Extra (como 3 cucharadas)
Sal
Ajo en polvo
Orégano


Colocamos en un bowl las lentejas previamente escurridas en agua fría y le añadimos los champiñones fileteados. Cortamos los tomates cherry por la mitad y el queso fresco en dados. También el jamón en trocitos pequeños y por último las uvas por la mitad.
Se mezcla todo menos las uvas, que se reservan para la decoración. Aliñamos con el vinagre, el aceite, la sal e incorporamos el ajo en polvo y el orégano. Removemos todo bien y se emplata con las lentejas en medio del plato y las uvas formando una corona alrededor. ¡A comeeeer!

jueves, 19 de agosto de 2010

Gelatina de natillas y cerezas




Mi madre es un caso y bueno lo de mis padres, en general, y lo de sus amigos de la playa, también. Todos son vecinos y ya me gustaría a mí meterme en la “cabecica” de más de uno de ellos, porque vosotros me diréis qué he de pensar de lo que os cuento a continuación.

Una tarde de verano, justo cuando el sol se ha ido y se está más a gusto en tierras playeras, observo una mujer a lo lejos, cerca de la orilla, en el sitio donde mis padres parecen haber colocado una señal con su nombre. Me fijo bien, pero nada, mis dioptrías han crecido desorbitadamente, cuando intuyo la figura de una persona con un sombrero blanco estilo cow-boy, haciendo señales de socorro; primero brazo a un lado, luego al otro y ajetreo descontrolado… De fondo se oye a mis amigos: “Gema, es tu madre y viene para aquí”. Y yo pienso: ¡Ya estamos! ¡Ea, qué otra vez quiere ella cotillear qué andamos haciendo…!” Sí, porque su condición es ésa, no os penséis que viene a preguntarme qué tal todo, o cómo he comido en el chiringuito que me recomendó, ¡no! Ella viene a fichar al chico nuevo con el que me ha visto jugando a las palas, aunque por el camino hacia mí tenga que correr una maratón para no quemarse la planta de los pies… En fin que al final me tengo que levantar de la toalla y salir pitando hacia donde se encuentra “la mamma”.
-¡Mamá! ¿Ónde vas?
- Gema, ¿tú sabes lo que es el taperses?
Me quedo paralizada, pensando que entre los mayores se han llevado algun vinito, pero ante mi cara ella prosigue.
No, los tuppers de comida. Eso no, que ya tu tía y yo hemos pensado en que otra vez comprar cacerolas, no, que ya tenemos un ajuar y a ver ahora cómo las guardamos. Y, resulta que, eso no es. Así se estaban riendo todas con nosotras...
- Mamá que sí que sé lo que es.
-¿Síiii? ¡¿Pero y tú cómo sabes eso¡? Gema, que no es lo de la comida…

Y ahora ella me mira paralizada. ¡Pobre madre!, que su hija conoce de esos temas prohibidos, que tantos años de educación religiosa… Pero como es una mujer abierta a los nuevos tiempos, olvida por un instante su sorpresa para incidir en el asunto, por el que ha corrido los 100 metros lisos.
- Bueno, ¿pues es que una amiga de…, que conoce a … y nos van a dar una sesión de tuppersex.
¡Toma! Ahí lanza la bomba… ¿Qué, qué? Pero ahora sí que se me ha caído a mí el mundo de estereotipos encima. Pero, vamos a ver, ¿no se supone que los padres dan ejemplo y que nosotros sus hijos, los que vamos innovando por la vida? ¡No!, en mi caso, claro… Imaginaos mi incomprensión por unos instantes: mi madre que seguro que no conoce ningún aparatito de esos y ¡quiere ir a una cita!
- Mamá no me entero… ¿Tú sabes qué es?
- Sí que ya nos lo han explicado. Ahora, a tu hermana y prima, ni pío, no se vayan a enterar y, encima quieran aparecer también.
Sí, sí esto complicaría más aún todo. Privilegios de ser mayor, hermana, que los secretos más íntimos te los cuentan y la verdad es que esos preferiría habérmelos saltado…

Total, que ante las palabras de mi madre, decidí comprobar todo. Llego a la reunión de amigas confabuladoras y efectivamente me confirman el panorama al que piensan enfrentrarse en unos días. Mi cara de satisfacción fue digna de ser fotografiada, pues una vez pasado el momento de reestructuración de mi mente, yo estaba encantada de unirme al grupo de mis vecinas experimentadoras, incluidas una madre y una tía, no se nos vaya a olvidar.
Ellas más que encantadas y chinchando a mí madre con el: “¡Y tú qué pensabas que ella no conocía que era! ¡Anda!”. Yo, por mi parte pensando: “Pero si soy yo, quien debo saber del asunto, ¿no? ¿Dónde me he perdido?”
Una vez metida en el lío, decidí avisar a mis amigas, con todos los riesgos de que se enteraran de la familia tan atrevida que tengo… Ellas, por supuesto, se animaron y el día indicado nos juntamos todas. Mientras los respectivos padres y amigos tomaron posiciones dispares: unos sólo querían cotillear y otros no se tomaron demasiado bien la noticia… Los primeros, los de temer, ya sólo faltaba que aparecieran por allí con una cámara y fotografiaran el momentazo.
La profesora en los temas de aparatos sexuales nos fue mostrando todo su maletín de herramientas, a cuál más peculiar y las mirada desorbitada de mi madre…
- Y esto ¿para qué sirve? ¡Ooooooyyyy! ¡Cúcha tú! ¡Qué variedad!- suelta mi señora madre
- ¡Bueno, pues tú imagínate, el otro con eso puesto!- añade una de sus amigas.

Y yo por dentro: "¡No!, ¡no! ¡Mejor, no!". Sigo en mi ensimismamiento y mis amigas también, dando la casualidad, de que somos nosotras las que menos estamos armando follón. Mi madre, mi tía y amigas, unas colegialas adolescentes en su primera clase de reproducción…: ¡Uy! ¡Mira! ¿Y esto para qué es? ¡Jajajajaja! ¡Anda!, ¡Cuha tú cómo se mueve! ¡Pues yo quiero un delfín de éstos! ¿Y cuánto dices qué cuesta?, etc, etc, etc,...

Pero lo mejor de todo fue el momento de la compra de productos. En mi mente llevaba trajinando mi decisión desde el primer momento y ya sólo estaba entre dos cosas, lo normal en mí. Ahora, una demasiado escandalosa para estar rodeada de madre, tía y amigas y la otra no sé si algo atrevida... Total, que espero a ser la última, cuando la profesora del tema me indica que es mi turno y...

Mi madre echa sus ojos en mí y yo consciente de su tensión comienzo a contagiarme y pienso: "Ya no es sólo que lo que compre me va a delatar, sino que encima la imaginación da mucho juego". Así que algo facilito, de rápida decisión y que no pueda detectarse como muy estrafalario. Así, digo,
- Esto...
Y directamente mi progenitora coloca su vista sobre el objeto. Lo ojea y hace un gesto aprobatorio. "Pufff, ¡ya está! y ahora le toca a ella".
Echa un vistazo, luego otro y se gira hacia mí. No se decide, mis ojos delatan su"mismitico" pensamiento segundos antes. En tensión que se encuentra y yo con mi mirada de medio sorpresa, medio desaprobación. Menos mal que en ese momento entró mi vecino con una cámara de fotos, interrumpiendo nuestra tensión para grabar el momentazo de por vida...

La receta que os dejo hoy es una fantástica gelatina de dos sabores, la cual podéis variar al gusto, tanto en ingredientes de fruta, como según os guste más de sabor dulce, añadiendo más leche condensada o menos... Además, queda de bonita presentada...
Con esta gelatina quiero participar en el HEMC 47 que este mes trata sobre este tipo de comida precisamente y lo lleva Eva de El fogón de Eva. Espero que os guste.


Gelatina de natillas y cerezas
Para la gelatina de natillas
Ingredientes
100 ml de nata líquida
1 vaso de cerezas
1 yogur de cerezas
1 yogur de fresa
8 cucharadas de leche condensada (pero puede ir cómo os guste)
6 hojas de gelatina neutra

Para la gelatina de natillas
100 ml de nata líquida
1 natilla danone o de otra marca
1 cucharadita de esencia de vainilla
Galletas Digestive
6 cucharadas de leche condensada
3 hojas de gelatina neutra

Preparamos primero el molde donde colocaremos la gelatina. Para ello, la rociamos con aceite de girasol y con un pincel pintamos todo éste para que quede una fina capa. Llevamos al frigorífico para después.
A continuación deshuesamos las cerezas y las batimos junto a la nata los yogures y la leche condensada. Una vez que tengamos toda la mezcla, dejamos a remojo en agua fría 3 hojas de gelatina durante cuatro minutos. La escurrimos y calentamos con un poco de agua en el micro durante 30 segundos. Sacamos la gelatina del microondas, removemos para que se disuelva por completo y se echa en la mitad de la mezcla anterior batiendo continuamente.
Por último se echa esta mitad sobre el molde preparado y se mete en el frigorífico durante 30 minutos aproximadamente o hasta que haya cuajado casi por completo.

Para la gelatina de natillas, mezclamos la natilla con la nata, la leche condensada y la esencia de vainilla con la batidora hasta que no queden grumos. En segundo lugar se incorpora la gelatina como se ha explicado anteriormente.
A continuación, sacamos el molde del frigoríficos y en la gelatina hacemos unos cortes no profundos, sino como arañazos. Se añaden tres o cuatro galletas digestive y se vuelca la mezcla de natillas. Se vuelve a meter en el frigorífico durante 30 minutos apróximadamente.
Por último, cogemos la mitad de la mezcla de cerezas que habíamos reservado y se le añade las 3 hojas de gelatina restantes como se ha expuesto. Ésta se echa sobre la gelatina de natillas a la que también habremos hecho unos pequeños incisos. Finalmente se deja en el frigorífico hasta que cuaje todo (mínimo cuatro horas)
Para desmoldar, echamos agua muy caliente en un bowl grande o en el mismo fregadero y se pone encima el molde con la gelatina. En dos minutos o cuatro máxime, sacamos el molde del agua y lo volcamos sobre un plato o donde queramos dejar el postre. Es importante guardar el número de minutos, porque si no la gelatina se derretirá. Yo suelo esperar hasta que los bordes de la gelatina se despegan del molde, pero muchas veces se me ha estropeado más de lo debido la gelatina.

¡A disfrutar!

domingo, 15 de agosto de 2010

mini-Muffins a la lavanda




Veraneo en la playa de los monstruos y no precisamente porque me entremezcle con este tipo de personajes de películas de miedo, sino por causa del relieve playero de la costa granadina. Una orilla de piedras, rocas de diversos tamaños, ahora sí muy escasas son las que no superan el peso de un grano de arroz, vamos que contamos con lo que usualmente suele llamarse, peñascos.
Quienes estamos acostumbrados a esta playa la defendemos a capa y espada. Orgullosos y felices cada año nos citamos con La Herradura Beach, eso sí, cargados de zapatillas especiales para la hora de pasear por la orilla, las cuales creo que nunca he usado. A mí me gusta el dolor sentir las puntiagudas rocas y clarísimo está quien es nuevo en la playa, pues ves como a ningún miembro de la familia le falta el equipamiento completo anti-rocas.
Pero claro, no todo es gloria y si mis amigos y yo denominamos así a nuestro lugar de descanso será por algo. Específicamente por el poco glamour con el que uno puede lucir su cuerpo. Salir de la orilla del mar a lo Ana Obregón, imposible; nada tampoco de marcarte el momento de Hale Berry en 007, más bien, Lina Morgan en su primera visita a la playa...

Todos tumbados, sentados, 'arremolonados' en un una manta gigantesca de puzzles de toallas. Uno de mis amigos salta:
- Yo me voy a bañar que ¡ya no aguanto más!
El susodicho mira a otro, el otro le sigue con la mirada y se la devuelve a su vecino, ése un tanto dubitativo asiente y se vuelve al que se encuentra a su izquierda,... En 0,2, convencida toda la pandilla, ahora, adivino con un cien por cien de acierto el pensamiento conjunto: "De aquí a la orilla corriendo que si no la planta de los pies va a parecer carne a la brasa". De modo que en menos de cinco segundos la escena se convierte en una maratón hacia a la orilla de más de diez tiarrones bien formados y esculpidos, con tanteos de terreno incluida para escapar de las afiladas piedras puntiaguadas tan bien colocadas estratégicamente. Sin embargo, ya os puedo adelantar un: !Ay! ¡Joder! ¡XXXX con la piedra!; vamos lo que significa que alguno se ha dañado por el camino y saltando a la pata coja entra en tierras húmedas.
El mejor momento de todos: la salida del agua. Dejas de nadar y decides apoyar los pies en las rocas para paso a paso abandonar el rompeolas. Nada más colocar el primer pie, te resbalas por completo con la superficie escabrosa, te desequilibras y "palante como los de alicante". Vuelves con el intento y segunda prueba fallida. Venga, Gema que a la tercera va la vencida... Y sí lo consigues, pero con las piernas abiertas, como si estuvieras en pleno rodeo vaquero y los brazos a lo King Kong, con la mirada dolorida o, en lo mejor de los casos, temerosa. En este instante, te olvidas un poco de tu estabilidad y te recolocas el bikini no vaya a ser que en una de éstas haya perdido la colocación ideal y estés dando el espectáculo. De modo que dedín en el filo de la parte de abajo del bañador y manos bien preparadas para palpar la otra parte del conjunto.


Sin duda, la peor experiencia vivida, cuando me adentré en aguas turbulentas, es decir, en el mar con una bandera roja de grande como una catedral. Diversos factores se juntaron, que era una inconsciente adolescente, que me atraía el peligro y que quería demostrar a mi primer novio que a mí nada se me resistía. Así, que con todos sus amigotes delante yo muy concienciada me lancé mar adentro. Faltaba el Pepito Grillo de mi madre: ¿Alma mía dónde crees que vas tú?
Un fiel amigo me esperaba, por lo que el miedo se presuponía menor. Una vez dentro, me engrandecí: "Esto está chupado. Un saltito rápido y ¡ehhhh! por encima de la ola. Ahora para dentro y otra ola más". Hasta la vuelta me di para saludar y animar a mis amigas, que oteaban la aventura desde la lejanía. De repente, cuando me gire a mi posición frontal, visualizo mmmmuy a lo lejos cuatro olas de yo no sé cuantos metros de grandes. "¡Ay Dios! Josúuuu...¡Ea! y ¿ahora qué? ¡So lista! ¡Qué eres una lista!"
- ¡AAAAbbbiii! ¡Yo me salgo ya que mira lo que viene!
Mi amigo ni se inmuta... y me advierte:
- Yo me quedo, pero sí te sales, ¡sal ya que te van a pillar en el rompeolas!
Dicho y hecho... Coloco un pie, me escurro, sigo con el otro y absorción hacia la profundidad del mar. Cojo fuerzas y sigo con mi intento, cuando 'olón' que me revuelca. Dos volteretas enteras, oídos repletos de agua y piedras por todos lados. ¡Venga, Gema, tú puedes! Me levanto y sólo me da tiempo a ver a mis amigos descojonados, porque segundo 'olón' que decide embestirme. Mi bañador se rellena por consiguiente de piedras y yo me hago un lavado nasal por completo, con la cantidad de agua tragada podría haber echado agua por todos los agujeros de mi cuerpo durante dos días... ¡Venga Gema, que tú a lo mejor puedes! Y me levanto, pero igual que antes, tan sólo con la diferencia de que mis amigos han dejado de mirarme para señalar nerviosamente al frente, yo decido no darme la vuelta e intentar salir, sin embargo, ¿imaginaos que ocurrió? Tres volteretas de fuerza descomunal provocadas por una tercera ola. Yo pierdo la cuenta de todo y hasta en los dientes tengo chinos, eso sí, para una última ola que me dio tiempo a aguntar, pues la salvavidas de mi amiga Lucía no lo dudó ni un instante y ante mi falta de fuerzas se lanzó a mi rescate.
Salí, por fin del agua, con los pelos todos pegados en la cara, el bañador con bultos por doquier que me daban un aspecto tan "atracatitvo"... Mi bañador medio dentro, medio fuera, ya me entendéis, así que ante mi horror no me queda otra que el 'recolocamiento' a vista de todos. ¿Vergüenza? Toda la del mundo, ahora, sonriendo que iba, porque más valía la risa para no perder tanta dignidad y orgullo propio. Me fui directa a los servicios de un chiringuito y me deshice de todas las piedras que llevaba adheridas en el cuerpo, hasta en las orejas me aparecieron chinos...


Ahora os dejo una propuesta ¡im-presionante! Una revista para todos, sin tapujos en la lengua y super entretenida... Antonia magazine, que está triunfando y muy pronto seguro que la vemos como nuevo referente de revistas online. Por lo pronto ya está en Yo Dona con una entrevista, que aquí os dejo para que conozcáis mejor a sus creadoras.

Y la receta de hoy; unas buenísimas muffins con el sabor de la lavanda suave, delicado y muuy sugerente...



mini-Muffins a la lavanda

Ingredientes
3 huevos
250 gr de leche
70 gr de aceite de girasol
330 gr de harina
250 gr de azúcar
1/2 yogur griego
1 cucharadita de esencia de vainilla
1 cucharadita de flores de lavanda
4 papeles de gaseosa: 2 azules y 2 blancos.

El procedimiento es muy fácil. Precalentamos el horno a 180º. Colocamos los huevos en un bowl con el azúcar y mezclamos con la batidora durante unos minutos hasta que se deshaga el azúcar y los huevos estén espumosos. A continuación añadimos el aceite y la esencia de vainilla y removemos para integrar todo bien. Se vuelca el medio yogur y la leche y se sigue uniendo los ingredientes.
Por último tamizamos la harina, los papeles de gaseosa y la lavanda y se añaden a lo anterior. Se mueve y se echa rápidamente en los moldes de muffins para meterlo en el horno enseguida y que no baje el efecto de los papeles de gaseosa. Dejamos hornear durante 20 minutos o hasta que veamos que la muffin está hecha y ¡a comer, que están deliciosas!

miércoles, 11 de agosto de 2010

Bacalao al ajoarriero



¿Os imagináis volver a ser niños? Quizá lo pensé por la simple curiosidad de sentir en mi piel la felicidad plena y la inocencia más verdadera, o tal vez necesite urgentemente descubrir en mí un atisbo de alegría incondicional.
De pequeños nuestro alrededor gira sin más miramiento que la propia existencia. Los días se convierten en infinitos, porque las horas se alargan hasta hacerse eternas, porque los minutos son interminables. Las preocupaciones, minúsculas, únicamente centradas en nosotros. ¿Egoístas? Para nada, el amor y el cariño viene de familiares para enseñarnos lo que deberemos dar en unos años próximos.
La época de aprendizaje comienza en el instante en que el raciocinio se apodera de nuestra mente. Sin embargo, el estómago encogido o los quebraderos de cabeza sólo aluden a aquellas cosas que no poseemos y con esto me refiero no a lo más íntimamente palpable, sino a lo inmaterial, a lo que consigue que nos perdamos en los derroteros de la desdicha momentánea.
Si no fuera de esta manera el crecimiento natural del niño, seguramente curtiríamos antes su madurez; crearíamos un niño adulto, con responsabilidades y la infancia insípida.

Pero la espontaneidad y la ternura de la niñez se va agotando, justo al mismo tiempo que los minutos se acortan. De pronto, un día descubres que tus padres te protegen desde la lejanía, que tus obligaciones han crecido vertiginosamente, que las responsabilidades pesan.
Es en ese instante cuando duele el cuerpo soberanamente, porque el sentimiento del querer se apodera de uno. Los primeros enamoramientos, las amistades verdaderas, pero, sobre todo, la familia. Descubres que ellos, que siempre acuden cuando los llamas, no son inquebrantables, su vulnerabilidad se hace más visible. Se sinceran contigo y, más aún, confían en tu consejo. Sin quererlo te has transformado en esa persona que esperaban, que han ido encaminando por el camino que consideraron adecuado.
Tú adoptas tu nuevo papel, pero miras atrás y te preguntas dónde quedó esa niña. No te ha dado tiempo a echarla de menos mientras su imagen se iba difuminando, te encontrabas demasiado preocupada en descubrir los cambios que el crecimiento iban modelando en tu interior y exterior. Ibas aceptando que el transcurso del vivir sigue un rumbo fijo, por lo que contradecir este sino resultaría ir contra natura.

Pero, lo que adquiere mayor importancia son las decisiones. De lo trivial de escoger el sabor de un caramelo hemos redireccionado nuestra elección hacia determinar cómo deseamos configurarnos indefinidamente en el tiempo. La primera encrucijada de caminos, la profesión de nuestra vida, nos marcará de forma inequívoca. Tarde o temprano, acertada o desafortunadamente, tu rumbo ya se ha definido y sólo "con constancia y mucho esfuerzo se sale victorioso", tal como podría afirma mi señor padre.
La siguiente selección con quien compartir tus días, algo de lo más complicado, tanto sea una pareja como con tus propios hijos. Del que sólo puedo hablar es del primer caso, en que la atracción juega un protagonismo duro, inalterable por su vehemencia. El sentirse correspondido y, sobre todo, amado, es el gozo pleno, pero la mayoría de ocasiones también duele a traición. "Quien más te quiere te hará llorar", "del odio al amor hay un paso, del amor al odio un instante" se alzan como los refranes ineludibles; ahora te adentras en otro tipo de sentimientos, aquellos donde el querer a alguien supone una mezcla de placer y desazón al mismo tiempo, un mundo nuevo, diferente al amor sin medida de tu madre o al protector de tu padre. Te enfrentas al fuego de otra persona, caliente y seductor o tan abrasador como éste mismo. Lo que sí tengo claro en ambos tipos de amor es la reacción lógica ante el primer quemazón o herida: dar un paso atrás, es decir, intentar no mezclarte más con el que te hirió, tratarlo lo menos posible, alejarte, tal y como hace Martín-padre en la película Martín Hache (altamente recomendable). Sin embargo, señores, yo prefiero este otro dicho: "Es mejor haber amado y haber perdido que jamás haber perdido". Mis pasiones que me acompañen a todos lados, pues con ellas me emociono y estremezco, me siento viva por dentro y por fuera. Seguro que me entienden...


Y es que prometo que hoy iba a escribir otra cosa, más de mi tono, pero de la cabeza sólo hilaban estas cosas que llevan engranándose bastante tiempo, así que había que dejarlas fluir... Para hoy os tengo preparada una receta bien rica y de sabor intenso, que saqué del blog Mercado calabajío, que os recomiendo que visitéis pues todo se ve riquísimo.

Bacalao al ajoarriero
Ingredientes (2 personas):
2 lomos de bacalao
2 cucharadas soperas de pimiento choricero
2 pimientos del piquillo (de buena calidad)
10 cucharadas de tomate frito casero
1 cucharadita de pimentón dulce (o picante) opcional
1 cebolla,
2 dientes de ajo
1 cayena,
sal, aceite de oliva virgen extra
1 cucharadita de pimentón dulce (o picante) opcional

El bacalao lo compré fresco, pero para la próxima vez desalaré uno, pues estará más compacto y para hacerlo con salsa, mientras que el bacalao sea bueno no hace falta más. Lo bueno de comprar pescado fresco es que al pescadero puedes decirle que te lo preparé en lomos, eso sí especifica bien que te guarde las raspas y pieles sobrantes que ahora las usamos.
Así, el primer paso será poner aceite de oliva, como un cuarto de vaso con las espinas y rehogamos removiendo constantemente, ¿cómo?, cogiendo la sartén por el mango y elevándola un poco para con movimientos en círculo "marear" un poco el conjunto. De esta forma se consigue que la gelatina del pescado se vaya soltando y el aceite tome sabor y consistencia.
Después de unos 5, lo colamos apretando todas las raspas para sacar el máximo jugo. Este aceite gelatinizado lo colocamos en una sartén a fuego medio y sobre él echamos la cebolla picada finamente y la guindilla. Una vez que el conjunto tome color dorado, se incorporan los pimientos del piquillo y pasados unos minutos el ajo.
Cuando veamos que el ajito está hecho, añadimos el pimiento choricero para que rehogue mínimamente y también el pimentón. En este instante se vierte el tomate en la mezcla, dejando cocer todo durante diez minutos.
Durante este tiempo, yo hice a la plancha, vuelta y vuelta, los lomos de bacalao, para cuando estén la salsa lista introducirlos en ella y dejar que se terminen de hacer. Otra forma de tomar este bacalao es desmigando los lomos, como aparecen en la fotografía. ¡Y listos!


viernes, 6 de agosto de 2010

Hamburguesas de coca cola con patatas cajun



Mi primer recuerdo de la playa va unido a mi hermana: tan viva y bicho, convertida en mono de feria de mis vecinos. Sí, tal cual, sin más comentarios que lo que os relato a continuación.

Todo comienza el año que mis queridos padres deciden dejar de recorrer mundo y plantar sus figuras serranas en un lugar turístico en zona costera. Ellos ya recordaban, especialmente, un sitio, el que mi bisabuelo les llevó cuando eran jovencitos y aún no adornaba en sus manos un anillo. Mi bisabuelo, un dandy de la época, le gustaba disfrutar de momentos idílicos con "amigas francesas", de modo que con sutiles artimañas enganchaba a mi padre para que le trasladara donde el quería. Todo esto teniendo en cuenta la compañía de mi madre y el cestilla, mi tío.
Por ello, acudiendo a estos viajes fugaces mi padre, muy avispado él, aterrizó en la época de crecimiento del pueblo de playa situado en la costa granadina. No posee más de 1 kilómetro de largo y por su forma de herradura se le denomina, La Herradura, o como coloquialmente decimos mis amigos y yo, La Herradura's Beach.

Justo la causa más verídica por la que con tanta rapidez mis padres tomaron esta decisión fue la llegada inminente de mi hermana al mundo. Danzar por hoteles diferentes todos los años con los trastos de dos niñas y el ajetreo que suponen no se asemeja en nada a la idea de unas vacaciones de relax.
Los inicios en La Herradura coinciden exactamente con los ocho días de edad de Rocío. Allí llegamos los jiennenses para introducirnos en el clan granadino de vecinos. Para entonces ya me encontraba bastante crecidita, con mis casi 6 años, era la reina de la fiesta y me sentía totalmente independiente, por lo que quien acaparó la fama del pópulo fue esa criatura recién nacida, del color de la leche, regordetilla y con los ojos más claros que el cielo. Con tan sólo dos años la podías ver entre los marujeos y actividades no aptas para menores, pero a ella eso la traía al pairo.
Se la pasaban de una mano a otra, la colocaban en el centro de todas las silletas de playa y ella ni mu. Demasiado lista como para dejarse intimidar, no paraba ni un segundo por lo que si alguien le fastidiaba agarraba el brazo donde mejor le pillara y mordisco al canto. A ello eso de tener donde agarrar le apasionaba, pero a mi madre la llevaba por la calle de la amargura, venga a gritar:
- ¡Rocío! ¡Eso no se hace!
E inmediatamente el sonido de un guantazo en la boca. Sin embargo, ella la observaba desafiante, mordiéndose los labios y saboreando los restos de sal de la piel ajena. Miraba al susodicho herido y ponía cara de nunca haber roto un plato, por lo que encogía el corazón del amigo y con un fuerte beso se acallaba el pecado cometido.

Disfrutaba metida en el agua y ella eso de verse con un flotador no le hacía ninguna gracia. Nada más tocar agua, se ponía a patalear inquieta y segura, aunque el culetín del flotador y ella no se llevaban bien y segundos más tardes había que sacarle la cabeza del agua. Ni se inquietaba una vez más, ella tenía bien clavadito en sus gesto eso de: el llorar se va a acabar. Así, tomó una decisión, como lo que le molestaba era ese artilugio, pues lo mejor era aprovechar su capacidad de andar y el despiste de nuestros progenitores para tomar camino recto dirección al agua. A mí de la benjamina no se me escapaba ni un detalle y su cara de mosquita muerta conmigo no iba, por ello intuía cuando iba a huir de la atención del resto. Ahora, yo la dejaba, ni me inmutaba con su decisión y ella contaba con esta actitud mía. Daba un paso, luego otro, se volvía para asegurarse que todos seguían enfrascados en la conversación y arremetiendo en su poca velocidad alcanzaba la orilla. En ese instante con la sonrisa en la boca que iba, la gloria a dos zancadas, cuando ¡cataplof!, metida de cuerpo entero sin saber nadar...
- Papá Rocío está en el agua.
Mi padre ni caso...
-¡Papá! ¡Papá!
- ¡Niña! ¿¡Qué quieres!?
- ¡Qué Rocío está en el agua!
-¿¡Qué, qué?!
Y zumbado para el agua, más veloz que una avestruz, vigilantes de la playa II en versión andaluza y con mollillas en ajetreo. Pisada de una piedra puntiaguda, quemazón de las plantas de los pies y todo para sacar a mi querida hermana del mar por los pelos, tanto figurada como textualmente hablando.
- ¡Eso no se hace! ¡Ay mi niña! ¡Rocíoooo!
Y ya teníamos a mi madre con otro sonido, ahora un azotazo en el culo.

Sin duda, el momentazo llegó a los tres años. Más puesta aún en el conocimiento de los comportamientos de mis vecinos, se introducía más aún en el mundo de ellos, especialmente en las horas de tapeo y comida en la playa. Allí, como perfectos domingueros acarreaban la cocina entera y mostraban las dotes culinarias o los productos más valorados de cada casa. Tortillas de patatas, ensaladillas, pimientos y la estupenda paella inundaban la playa, seis sombrillas ayudando que el sol no calentara demasiado todo y una buena bota de sangría bien cargada para amenizar aún más la fiesta. ¡Cómo para decir que no te gustaba algo! Te señalaban como la rara ya de por vida y por mí que hicieran los que les apeteciera que comer nada de nada.
Al cabo de un rato observabas a los que deben dar ejemplo con una lengua con dificultades para hablar y un colorcillo sonrojado de buena salud. Rocío cerca de la comida, con su buen saque y disposición se hinchaba, pero ahora, hay que matizar de qué...
- ¡Venga Rocío! Chupa aquí, pero sólo chupar ¿eh?. Así, ¿está rico eh?
- ¡No le deis de eso que me la vais a emborrachar!
Pero esto que soltaba mi madre no sonó demasiado creíble, teniendo en cuenta que minutos antes, había delatado un 'mareillo más extraño'.
La niña con los ojos perdidos, sonriendo y pidiendo: "Más, más", lo único que por entonces sabía pronunciar nítidamente, porque si algo hablaba era en su lengua extraña, donde mi madre y yo éramos las únicas que la comprendíamos.
Mis vecinos atolondrados y queriendo quitarse ese sofoco de encima. Así que uno no tuvo mejor invención que...
- Ala Rocío vamonos a bañarnos.
Le faltó tiempo para irse agarrada de la mano... Cuando dentro del agua mi madre se percata de otro añadido más a la situación descrita: la niña que se baña con las gafas, porque el oftalmólogo le indicó que éstas no se la quitara bajo ningún concepto, ni siquiera cuando se bañara, de modo que con sus gafitas diminutas se apoderaba de la risas generales y siempre conseguía que quedaran intactas en todos los chapuzones.
No obstante, esta vez mi vecino emocionado la zarandeaba demasiado y ella gritaba de satisfacción: "Más, más". En una medio voltereta la niña apareció descompuesta, con el rictus lloroso y se tocaba la cara. Mi madre y yo en la orilla con una expresión fatal...
-¡Las gafas! ¡Las gafas! ¡Peeeeeedroooo! ¡Ángel no te muevas, tú quieto! No vaya a ser que las pises y no tenemos otras. Niño, ¡las gafas!
-¿Las gafas?
Y la misma mirada de desesperación de mi padre en la cara. Se armó de valor y para el agua con unas gafas de buceo a lo Jacques Cousteau, por supuesto con sus mollillas siempre presentes. Yo siguiendo el ejemplo me lancé con otras también. Mis vecinos, todos apuntados a un bombardeo, con los ojos enrojecidos y el mareillo considerable, allí se encontraban nadando por la causa. Mi madre guiaba desde fuera, instrucciones precisas para unos subiditos de tono con movimientos más bien torpes. Todos manoteando en el mismo lado, bien juntitos, dándose patadas entre ellos y medio ahogándose por no estar acostumbrados a sumergirse más de dos segundos, vamos el tiempo de un ahogaillo. Cuando descansaba en mi labor, los miraba incrédula ante semejante espectáculo y pidiendo a Dios que de mayor no fuera así...
Aquí llegó mi momento de gloria, me adentro en el mundo marino cuando veo algo que brilla a un metro de mí: "¡Las gafas!". Buceé y buceé y las cogí bien entre mi mano. Mi madre saltaba de emoción y mi padre de alegría por el dineral que se acaba de ahorrar. Desde entonces me tuvieron buscando de todo en los fondos marinos, hasta un anillo de oro que conseguí encontrar...

Y la receta... Hoy unas hamburguesas especiales, con coca cola, a las que acompañaremos con patatas cajun. Ambos ricos, ricos y para una comida algo exquisito. Estas patatas las cogí de Helena, de Los Caprichos de Helena y nos han gustado muchísimo. Si no la conocéis visitad su blog, que es una ricura de platos excelentes y muy muy originales.

Hamburguesas de coca cola con patatas cajun

Hamburguesa de coca cola
4 hamburguesas
1 sobre de sopa de cebolla
1 lata de coca cola
aceite de oliva
sal

Precalentamos el horno a 200º. En un bowl poner el contenido del sobre de sopa de cebolla, agrega la coca cola y se remueve hasta que ligue todo. Cuando lo tengamos rocíamos una fuente para horno con aceite de oliva (un chorreoncillo) y se colocan las hamburguesas. Sobre ellas extendemos la salsa preparada con un poco de sal y horneamos durante 20-25 minutos o hasta que veamos que la salsa está espesa y la cebolla esté dorada y crujiente, por lo que según el horno podemos necesitar unos minutos más. Y ya tenemos nuestros dos platos listos, ahora servir con las patatas y ¡a comer!

Patatas Cajun
Ingredientes:
4 patatas medianas
1 chorrito de aceite
1 cucharadita pequeña de pimienta blanca molida
1 cucharadita pequeña de orégano
1 cucharadita pequeña de pimentón agridulce
1 pizca de nuez moscada
Sal maldon (en escamas)
1 bolsa de congelar

Lavamos bien las patatas y, sin quitarles la piel, se parten en gajos. Para ello, se parte la patata a lo largo por la mitad y después en rodajas de 1 cm de grosor.
Se introducen en una bolsa de congelar y se añade el aceite y las especias, menos la sal. Cerramos la bolsa bien y se mueven durante un minuto hasta que queden todos los gajos impregnados.
Volcamos las patatas en una bandeja de horno precalentado a 180 º y dejamos que se hagan durante 15 min. aprox. o hasta que estén tiernas. Se pueden gratinar 2 min. para que se doren un poco, pero no mucho para evitar que se sequen.
Sacamos a un plato y espolvoreamos con sal maldon.
Las especias y la cantidad de ellas, pueden variar en cuestión de los gustos, pero no se aconseja el exceso pues sino quedarian demasiado fuertes.

lunes, 2 de agosto de 2010

Helado de chocolate y avellanas


(((3 meses y 137 seguidores. ¡¡Muchas gracias!!))

Mi experiencia con las piraguas resultó una catástrofe total y estos domingos de verano me recuerdan claramente el bochornoso día que pasé.
Sucedió tal día de hoy hace un año. Nos despertamos con el plan montado: visitar nuestra playa de Madrid, es decir, el Pantano de San Juan. Ésta vez nos acompañaban los amigos de curro de Carlos, así que ya se encontraba trajinando el personaggio de mi novio un planazo: alquilar lo que fuera allí, pues eso de andar tirado entre piedras y residuos humanos, nada de nada. El planazo para él es la experimentación, el descubrimiento de la naturaleza en estado puro, y las actividades "extraplayeras" le divierten como a un crio: "A ver ¿qué hay allí?, ¿pero y este camino dónde lleva?" La curiosidad en persona y el desequilibrio emocional para mí, porque seguirlo en sus excursiones suele ser una tarea casi imposible.

Aterrizamos en la "playa" colocamos las toallas y zumbados al puesto de alquileres. El cartel era bien claro, o escogías un hidropedal o te quedabas con una piragua. Evidente cual fue nuestra elección, ¿no? A mí el asuntó no me pareció nada adecuado por mi condición de deportista torpe, pero me pintaron tan estupenda la experiencia de poder navegar a tus anchas que casi soy la primera en enganchar un aparato de esos.
El chico del alquiler depositó nuestras embarcaciones en el agua y sin más dilación nos dejó, indicándonos únicamente que teníamos una hora para disfrutar. Si él supiera qué clase de disfrute me deparaba a mí el destino, no hubiera permitido que me subiera a la piragua seguro.

Miro como mis amigos se aposentan en sus puestos y mi primera indecisión:
- Oye ¿y a esto cómo se sube una?
- Pues pisas y 'pa' dentro.
Hombre ¡gracias Carlos! Tarea fácil cuando el agua te llama, moviéndose sin descanso.
Hinqué el pie y... Cuerpo para la derecha, inclinación hacia delante, ahora a la izquierda. "Uyuyuyuy y ¿ahora cómo nos agachamos? Mejor no pregunto vayan a pensarse éstos que una no puede con una piragua".

Para cuando controlé el meneo, mis amigos estaban a 30 metros de distancia y con remazos de profesionales se alejaban a ritmo seguro de mí. Yo me calmo y agarro los remos. "A ver esto como lo hacen en la tele, el remo cogido con las dos manos y se mete en el agua, primero a un lado y luego al otro. Ehhhhh ¡sí! ¡Esto marcha! Si es que dónde se ponga una autodidacta, que se quite el más entrenado!"
¡Qué rápido canté victoria! Me emocioné y cogí una velocidad digna de ser grabada. Pero mi dirección, totalmente errónea. Mientras mis acompañantes se dirigían a la derecha para adentrarse en el pantano, yo cogí rumbo a la orilla. ¡Bien que íbamos! Algo no funcionaba y perfectamente sabía qué era: mi mano derecha; los remazos con ésta no alcanzaban, ni de pasada, la fuerza de mi otra mano. Así que o daba instrucciones correctas desde el cerebro o muy pronto me encontraría en el destino equivocado.
Entonces seguí acelerando mi paso y seguí la estela de mis amigos. Ellos, gracias a los cielos, que decidieron parar unos minutos, pero no os penséis que por mi causa, sino para decidir hacía dónde tomarían rumbo. Cuando conseguí detenerme a su lado, se escucha:
- ¡Por favor salgan de la zona centro del Pantano!
Nosotros que no nos sentimos aludidos cuando se escucha por tercera vez la misma súplica. Sí, era a nosotros. En medio del recorrido de una competición velera que nos encontrábamos y ahora: ¡"corre, Gema, corre", que se estampan contra ti y verás qué gracia!

Viramos hacia el camino izquierdo, puesto que alguien avistó una orilla virgen, sin los estragos del gentío en el que habíamos parado al llegar al Pantano. A todo esto, yo me encontraba cada vez más cansada, mis energías se descargaban como un móvil viejo a un ritmo exorbitante, si por lo menos me hubieran colocado una pila duracell...
Por ello, ante los ímpetus de mis acompañantes para llegar el primero, yo me apliqué ese dicho de "los últimos serán los primeros" y el otro, que no se nos olvide, "lo importante es participar". Vamos, yo a mi ritmo...
A mitad de camino escucho en la lejanía comentarios referentes a unos individuos colocados en un montículo izquierdo, enfrente de nosotros, justo en la trayectoria que nos dejaba en la orilla escogida. Me da por mirar y: "Alaaaa, ¡pero si están tal cual los trajeron al mundo! ¡Cucha tú qué panorama!"
Y claro, a medida que íbamos acercándonos a la orilla, mejor que se veían los chavalillos. Yo cuanto más energía quemaba, menos manejaba mi dirección, más mandaba mi mano izquierda y, consecuentemente, más hacia la derecha que me iba; sí, al lado de los que disfrutaban cómodamente de un domingo plácido. Tonta no es que fuera y por dos cosas bien explicadas...
Pero esto sin intención ninguna, sólo mi mala disposición para navegar. Aquí se pararon mis amigos, a la expectativa de mi rumbo, pues, efectivamente, ya me encontraba anclada en el montículo.
El espectáculo que estaba dando descomunal, por lo que decidí abandonarme en la deriva y que el viento me moviera dónde deseara. Total, ya sabía que para volver al embarcadero no les quedaba más remedio que reencontrarse conmigo, colocada estratégicamente para ello.
Pero a Carlos le dio por hacer de perrito guardián. Ya habían llegado a la orilla de la playa, cuando yo seguía todavía a 100 metros mínimo con toda la intención del mundo de no moverme ni un ápice. Ahí que le da al caballero a soltar:
- ¡Geeeeemaaaaaaa! ¡Espera que voy para allí y te ayudo a venir!
Y yo haciendo aspavientos con los remos, que casi me caigo, gritando como una loca, que ni se le ocurriera que yo estaba muy a gusto allí disfrutando de la tranquilidad del no remar. Pero, él ni caso, mis palabras ni retumbaban en sus oídos, ahí que venía nadando a lo vigilante de la playa hacia el rescate de la hembra herida.
Me llevó a la orilla, por supuesto. Sin embargo, quedaba sólo media hora de alquiler, por lo cual, me pegue un chapuzón de unos segundos, me volví a colocar el salvavidas y comenté:
- Chicos yo me vuelvo ya, que a mí media hora... Bueno que allí nos vemos, que seguro que me alcanzáis.
Y eso pasó, me cogieron. Carlos se quedó conmigo para solidarizarse, pero mi cansancio y el callo incipiente en la mano derecha. ¡Qué cosa más insoportable de deporte, y de calor y de dolor! Aparecí a la hora y media de alquiler. El dueño del chiringuito ni me dijo ni pío, tal cara de frustración debía llevar que me regaló la media hora a mí y a Carlos...
A partir de aquí no he vuelto a tocar una piragua. Cada uno debe dedicarse en cuerpo y alma a lo que le satisfaga y mi sino no se encamina a ser una todoterreno en este deporte...

Ahora la receta...


Helado de chocolate y avellanas
Ingredientes
1 yogur griego azúcarado
1 medida de yogur de leche
1 medida de yogur de nata
1 cucharadita de esencia de vainilla
1 tableta de chocolate con avellanas (150 gr)
4 cucharaditas de chocolate en polvo sin azúcar

Primero se deshace el chocolate al baño maría o en el microondas a potencia muy baja, sacando cada 30 segundos para mover un poco, hasta que se haya derretido por completo. A continuación mezclamos el yogur con la leche, la esencia de vainilla. Luego, añadimos los dos tipos de chocolate y se integran bien todos los ingredientes.
Por último, se vierte la nata y se hace la misma comprobación.
Ahora se introduce en el congelador removiendo la preparación cada media hora durante dos horas, hasta ver que no ha cristalizado el helado. Si se hace esta parte con heladora, habrá que seguir las instrucciones de fabricante y cuando esté listo el helado se congela.
Antes de tomarlo, se saca del congelador y se deja que tome la temperatura ambiente durante un rato, de forma que sea cómodo cogerlo con una cuchara especial para servirlo en copas. ¡Qué ricura!


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