miércoles, 3 de noviembre de 2010

Gachas dulces y HASTA PRONTO





Aaaayyy amigos míos, aaaayyy compañeros de cocina y de blog... Ando
desaparecia y ojalá fuera en combate. Más bien, de lío en lío, de trabajo en
trabajo y apenas me queda tiempo para subir ninguna entrada, o lo que es
peor aún, relajarme un poquito cocinando.
Por ello, he decidido tomarme un descanso, ¿hasta cuándo? Espero que no
mucho tiempo, porque me llena de vida este blog y es mi diversión, mi disfrute.
Vosotros habéis sido quienes con vuestras visitas habéis conseguido que mi
proyecto crezca, que La Gitanilla se haga realidad y se convierta, casi, en
una "hijita" mía que llevo siempre conmigo, rondándome en la cabeza, para darme
satisfacciones contínuas y, sobre todo, experiencias nuevas deliciosas.

Me habéis rebautizado como "La Gitanilla" y yo llevo con orgullo este título
personal, que tanto me describe. Muchos me seguís, ya sea para leer mi historieta o para "curiosear" en el buen sentido de la palabra, mi última receta y aquí os doy mi mayor agradecimiento.
Con vosotros amigos blogueros, aprendo, pero, sobre todo, alucino con vuestro esmero en cada entrada. Ese mimo con el que seleccionáis el menaje para presentar un plato exquisito, ese toque para captar la mejor fotografía y, principalmente, la dedicación y el tiempo en
visitar cada uno de los rincones de cocina cibernéticos y dejar un comentario de asombro, de felicitación o vuestras sugerencias y preguntas. Por todo esto, no dejaré de visitaros, de ver con qué me sorprendéis y seguir aprendiendo.

Mi blog sigue en stand by, con 61 recetas, 192
seguidores, y casi 300 visitas diarias, por lo que sólo puedo deciros
MUCHAS GRACIAS A TODOS, SIN VOSOTROS NO SOBRERIRÍA LA GITANILLA (...).

Y me despido con una receta para la fecha de Todos los Santos. Algo tardía
lo sé, pero es un desperdicio no elaborarla durante todo el año, por el
sabor tan delicioso y casero que tiene. Dadle las gracias a mi abuela, una vez
más, por dedicar toda una mañana a enseñarme este postre riquísimo.

Gachas dulces
Ingredientes (6 personas)
5 cucharadas de harina
1 litro de leche entera tibia y 1/2 vaso más
6 cucharadas de azúcar
2 cucharadas de licor de anís
6 cucharadas de aceite (un buen chorreón de aceite)
1 cucharadita de matalauva
1 rama de canela
1 puñadito de almendras

Primero calentamos en una sartén grande el aceite y tostamos el plan cortado en cuadraditos para preparar los picatostes. En este aceite doramos también las almendras y cuando tengamos los picatostes dorados, sacamos ambas cosas y dejamos reposar sobre unas servilletas para que escurran el aceite sobrante.
En esa misma sartén y con el aceite sobrante, echamos la harina y la tostamos a fuego suave. Incorporamos la matalauva y removemos todo un poquito. A continuación añadimos el palo de canela y un vaso de leche y con una cuchara de palo movemos constantemente hasta que vaya espesando la leche, como si preparáramos bechamel. En este instante se vierte el azúcar y el licor de anís para que la masa vaya cogiendo sabor.
Cuando veamos que la masa está espesando se añade otro vaso de leche sin dejar de mezclar y así hasta terminar con la leche. Al final tendremos una masa tipo bechamel, espesita y con sabor a anís, a la cual echamos unos cuantos picatostes y almendras.
Si nos gustan las gachas más azucaradas, sólo hay que añadirle este ingrediente, igualmente con el resto de sabores, como la matalauva o la canela.
Para presentar, ponemos un poco de gachas en bols individuales tipo postre y encima metemos unos cuantos picatostes más y almendras, decorando como más nos guste.

Estas gachas también pueden tener otro sabor, como el limón o la naranja, para lo cual sólo tendremos que añadir la ralladura del limón entera en la leche mientras va espesando.



martes, 19 de octubre de 2010

Rollitos de jamón con queso y mermelada de champiñones



Bueno, pues como os iba comentado, el mejor momento que se puede vivir en las bodas de mi familia comienza justo cuando acaba la Misa, cuando todos mis familiares "desenfundan" sus bolsillos para coger una bolsa de plástico repleta de granos de arroz. Quitan rápidamente el nudo y se lanzan a la caza y captura de los novios. Los pobres, tan emocionados que salen de la Iglesia para toparse con esa manada de amigos y familiares; sí, porque ahí se encuentran, a la espera de que hagan la aparición los protagonistas para estamparles un puñado de arroz con todas sus fuerzas. Así, que ni les da tiempo de asustarse a cámara lenta, colocan el primer pie en la calle y centésimas de segundo más tarde viven la avalancha de arroz y los gritos eufóricos de sus condescendientes.
Minutos después, todos los invitados camino del lugar de la celebración. Mira que habrán ido a bodas y celebraciones varias, pero ellos siguen el mismo método: "¿A ver qué ponen?" Total, que se arremolinan cerca de las bandejas de comida preparados a que alguien dé el pistoletazo de salida, algo que, por supuesto, suele provocar un familiar entrado en años. Ellos ya no tienen que dar explicaciones a nadie, de modo que llevan consigo bolsas y pañuelos, con los que ir pillando comida... Porque van a lo que van a una boda, ¡a comer y a beber! y no te creas tú que no amortizan bien el dinero del cubierto, que si pueden con las gambas que cogen comen una semana y ¡qué me lo digan a mí!, pues anda que no he tenido que escuchar veces: "¡Niño la bolsa corre!" y, como quien no quiere la cosa, una cigala menos, otro tanto de jamón, el queso desaparecido en combate y:
- ¿El abuelito dónde va? Mamá, yo me quiero ir con el abuelito, ¡yo me quiero ir con el abuelito!
- ¡Niña calla!, ¡tú a comer, que es lo que tienes que hacer, que mira el plato lleno!
Mi abuela mientras, me miraba con ganas de darme un buen coscorrón, para que no pusiera en evidencia la estrategia realizada. Pero, claro, era algo más que evidente, pues gran parte de los comensales habían desaparecido...

Una vez que las barrigas de los invitados se llena, comienza a escucharse de fondo un "aporreteo" de la mesa con las manos y una voz lejana, que pide: "¡Que se besen, que se besen, que se besen!" De repente, todas las mesas siguen el ejemplo y de tanto golpe, no paran de sonar platos, copas y demás. A mí este momento me encantaba, me colocaba encima de la silla y esperaba que los novios se besaran. ¡Bien! Un besito casto en la mejilla, ahora otra provocación más, porque claro los invitados no se habían quedado satisfechos y saltaban: "¡En la boca, en la boca, en la boca!" Y aaaaalaaa, otro beso. Pero no, eso tampoco era suficiente, por lo que alguien gritaba: "¡Con lengua, con lengua, con lengua!" Ante lo cual, el novio agarraba a la novia y ¡plaaaaff! ¡Morreo al canto! Tres segundos interminables de beso y de gritos de júbilo, de silbidos y vítores.


A medida que la boda avanza, recuerdo la subida de color en la cara de mis mayores, las carcajadas generales y los comentarios subiditos de tono. La tía abuela más juerguista de lo normal no se escaquea en este tipo de eventos y llegados a estas alturas de la boda, ella decide repetir la costumbre de subirse a la mesa. Unos la miran asustados pensando: "verás que vamos a tener que ir al Hospital"; otros la animan dando palmadas, mientras que, los que nunca la han visto antes, se encuentran boquiabiertos, ante el espectáculo de ver a una mujer mayor arrodillada en la mesa con las piernas entreabiertas, enseñando su combinación y trapos más íntimos. A ella, ni el Papa le quita protagonismo, vamos que con una copa y un tenedor atrae la atención del más despitado y empieza a cantar:
- ... Cuando me miras morena, de adeeeeentro del almaaa, un grito me escaaapaaa, para decirte muy fuerte, ¡Guapa!, ¡guapa!, ¡guapa!.... ¡Pipipipipipi!...
Y ¡ea!, así queda más que inaugurado el baile, donde pasamos del mítico "paquito chocolatero", al "aaaaaigggg de la macarena", para dar vida a nuestro cuerpo con el "para hacer bien el amor hay que venir al sur" y seguir con "la bomba", el tarrán, tarrán, tarrán, tan, tan,... del "gato montés", etc, etc, etc,... Las copas a pares van pasando entre los más puestos, los abuelos en la pista de bailes, inseparables, bien pegaditos el uno frente al otro, bailando de la misma forma todo lo que les echen, pues no hay manera de que pierdan el compás ni un segundo y es que tantos años de práctica tienen su recompensa, digo yo.
Total que ante tanto salvaje descontrolado, tú asimilas que esa fiesta no va contigo y te sientas, entre las abuelas más mayores en su rinconcito, donde cada una guardaba contra su pecho los centros decorativos de las mesas. A distancia observas a tus padres emocionados con las sevillanas, a tus primos aprovechando el despiste de sus progenitores para probar por primera vez un pitillo y las corbatas... Esas corbatas que pierden su sentido inicial de parte del atuendo para convertirse en un tocado alrededor de la cabeza, a lo rambo, o eso era lo que pensaba, observando todos esos bailarines violentos...


Os dejo un entrante bien rico, digno de las mejores bodas, por su contraste de sabor agridulce y por la mezcla de ingredientes buenísimos como el jamón. Probad a hacer estos "rollitos de jamón con queso y mermelada de champiñones" que quedan deliciosos.

Rollitos de jamón con queso y mermelada de champiñones

Para el brazo gitano
3 huevos
1 yogur griego
90 gr de harina
60 gr de azúcar
1/4 de cucharadita de bicarbonato

Para el relleno
5 lonchas de jamón serrano
Unos 80 gr de queso majorero canario
Mermelada de champiñones (para ver la receta pincha aquí)

Comenzamos haciendo el brazo gitano salado. Precalentamos el horno a 180º y colocamos sobre la bandeja de éste papel vegetal. Ahora, batimos bien los huevos a mano o con una batidora e incorporamos el azúcar. Mezclamos bien y cuando se haya disuelto el azúcar añadimos el yogur sin dejar de batir. Tamizamos la harina y el bicarbonato y se mezcla con la masa anterior.
La pasta que obtenemos la echamos sobre el papel vegetal, intentando que nos quede en forma de rectángulo. Se mete en el horno y se deja hacer alrededor de 12 minutos o hasta que veamos que la masa adquiere un tono amarillito claro. No debe dejarse mucho más tiempo, pues corremos el riesgo de que salga muy seco el bizcocho y no se pueda enrollar.
Cuando haya pasado este tiempo, sacamos la plancha de bizcocho y colocamos sobre un paño limpio y humedecido. Le quitamos el papel vegetal y recortamos un poco los bordes del bizcocho para obtener un rectángulo mejor. Ahora enrollamos con el paño húmedo y dejamos enfriar del todo.
Mientras, preparamos el relleno, para lo cual sólo hay que trocear el jamón y el queso. ((Para la próxima vez, prepararé una salsita de queso con leche para untar en el bizcocho, porque así el relleno quedará más compacto)).
Una vez que tengamos la plancha de bizcocho fría, la desenrollamos y sobre ella colocamos el jamón y queso troceado y encima la mermelada de champiñones. Se enrolla con cuidado el conjunto y se deja en el frigorífico con papel transparente hasta consumir.

jueves, 14 de octubre de 2010

Bizcocho de higos y AIG 2010





Hace una entrada os conté que este sábado estuve en la boda de una de mis amigas. Estuvo llena de glamour, con los mayores protocolos presentes y con invitados elegantes y de buena educación. No me esperaba lo contrario, pero una pregunta de mi "don" mientras degustabamos el menú fue la que me hizo mirar a mi alrededor de otro modo: "¿Te imaginas los invitados cómo pueden ser en nuestra boda?" La cabeza me dio un giro, se revolvió toda mi placidez hasta el momento y los recuerdos infantiles durante estos tipos de eventos me vinieron a la cabeza.

Una de pequeña en lo primero que se fija ante tales ocasiones es en el ajetreo matutino que irrumpe en la casa. Tu madre te anda buscando por toda la casa, gritando a unos decibelios totalmente denunciables y cuando te encuentra resulta que entre sus manos lleva un vestido, el cual reconoces bien, porque es el mismo que te lleva poniendo desde hace unos meses. Tú te quejas y sueltas: "¿Mamá otra vez?" Y ella ni caso, porque la que no puede repetir es ella, esto esta más que claro. Te va poniendo las medias y tú la contemplas extrañada, ¿ese tupé y esos ojos morados? Bueno y mejor no mirar el vestido: cero curvas y unas hombreras, que más bien parece que tu progenitora se va de misión espacial. Ella, que siente tus ojos aterrorizados observándola, vocifera:
- ¿Quéee?
Ante lo cual, sólo te quedaba responder:
- Nada mamá, que estás muuuuu guapa.
La respuesta adecuada, con la que notas que ya te pega menos tirones en el pelo y trata con más suavidad de cogerte la coleta.
En esos minutos, ves a tu padre limpiando el cuarto de baño, haciéndose el desapercibido para que ella no le grite por cómo ha sido capaz de hacer tal desastre en el aseo. En el salón, mi hermana, una enana más mala que un dolor, totalmente indignada por estar vestida de rosa y con un lazo más grande que ella en la cabeza. Bien sabemos que poco le va a durar, pues ya ha encontrado el extremo de la lazada y comienza a tirar...
Media hora más tarde, mi padre, mi hermana y yo nos encontramos en el patio de casa, esperando a la señora de la casa, que termine su acicalamiento habitual. Tu padre nervioso, venga a mirar el reloj, quejándose por lo "bajini" porque esta mujer no tiene remedio y otra vez vamos a llegar tarde a la ceremonia.
Y efectivamente, todos sus pronósticos se cumplen. Aparecemos en la Iglesia con tal petardo en el culo, que la puerta principal se cierra con un estruendo digno de mención aparte. El cura nos lanza su mirada escrutadora y tu madre santiguándose del susto, susurra:
- Niño, busca a mis padres.
Sí, por ahí vamos, entre pasillo y pasillo, saludando a toda familia presente con eso de: "Gracias, ahora nos vemos". Todos deseando tener tema de conversación, que alguien irrumpa de esas maneras para que se evapore tanta solemnidad o para terminar con ese duermevela tan característico.

Como quien no quiere la cosa, a nuestro lado aparece mi abuela, que cualquiera diría que esa mujer es mi quien es, pues parece haber rejuvenecido veinte años y a mí me fascina su cara, toda maquillada con esos labios rojos apoteósicos, su cuerpo bien puesto con su chaquetita ceñida a la cintura y esas manos, por favor, con tanto anillo pedregoso y lujo, que nada más agarrarme para llevarme a su banco parece que se me van clavando uno a uno. Mi abuelo nos guarda el sitio, va tan tan elegante y perfectamente vestido, que me cuesta reconocerlo. Mi hermana le agarra la mano y en seguida le pone en pie para dar unos paseitos por la Iglesia, ella ni muerta se queda quieta en el sitio. Yo me intento escapar tan bien, pero mi madre me sujeta con fiereza de la muñeca y de un empujón me sienta ordenándome:
- Tú ahí quieta.
Ya da igual, ni por más pucheros, ni por más golpes que de al banco de delante, va a cambiar mi situación, por lo que decido confabularme y buscar a alguno de mis primos para hablar entre nosotros, aunque sea a distancia. Cual es mi sorpresa, que veo que allí no guarda nadie silencio, me doy la vuelta y veo a una de mis tías abuela cotilleando con su cuñada, mi tío por ahí anda detrás con otro de sus primos... Vamos que los únicos que no cotorrean son los de la primera fila y los novios, por supuesto.
Termina la Misa y aquí empieza realmente la boda. Todos apelotonados en la salida, la familia de mi abuela enterita, siete hermanos, más hijos, maridos, nietos... Una aglomeración de personas dándose besos, y no un solo beso ¡no!, ¡imposible!, unos cuantos, de esos que suenan en ristra, es decir, agarrada por la espalda, bien pegada tu cara a la suya y muamuamuamuamuamua... Casi se queda sin respiración la protagonista, pero ahora, a ti se te han pegado todas tus carnes a los dientes y cuando consigues soltarte, ojeas cuantos besos así vas a tener que aguantar y ¡madre mía! ¡hoooorroor! Inmediatamente, quieres deshacerte de la mano de tu abuela, pero imposible, te coge bien fuerte para mostrarte a todos y cada uno de sus hermanos y ¡ahí como se le pase alguno o te niegues a darle un buen morreo! que entonces va a estar recordándotelo lo que te resta de vida.
Sin duda, el momento que más recuerdo es el convite, porque da igual que pasen los años y que con ellos mis familiares se hagan un poco más mayores, pues sus costumbres siguen siendo las mismas que os contaré en el próximo post...



Ahora quiero hacer mención al Amigo Invisible, AIG 2010, que organiza Bea de El rincón de Bea y del que estoy deseando participar. Ya se han apuntado más de 143 blogueros y la lista seguirá aumentando hasta el 18 de octubre, fecha límite para inscribirse en este juego. Para más información aquí os dejo el link para que visitéis la página de Bea, si es que no conocéis a esta profesora y excelente cocinera. Además este año, el logo del AIG 2010 lo ha realizado Carol, una ilustradora infantil fantástica y con una imaginación increíble.


Para la persona a la que me toque regalarme le dejo algunas indicaciones. Primero de todo, me va a gustar todo lo que hagas o compres con cariño, pues en relación con el mundo de la cocina me gusta todo, así que mira qué fácil, ¿verdad? Los libros serán siempre bienvenidos, igual las cosas que prepares tu mismo o productos de tu tierra. También todo lo relacionado con la repostería, pues es lo que me encanta, como por ejemplo moldes diferentes, cortadores, etc,... O algo relacionado con la presentación de las recetas en el blog (platos, cuencos,...). Vamos todo lo que se te ocurra, porque te digo, que ya sólo con tu esfuerzo voy a estar agradecida.

Y por fin, ¡¡¡¡la receta!!!! Una tarta de higos aprovechando que ya van quedando pocos. Más bien parece un bizcocho, así que la catalogo así. Tiene un sabor delicioso y está bien jugosita, para la próxima vez añadiré más higos, porque su sabor horneado me ha encantado.

Bizcocho de higos
Ingredientes
250 gr de harina
150 gr de azúcar
5 huevos
1 yogur griego azucarado
40 gr de mantequilla
1 cucharadita de esencia de vainilla
8 higos grandes
1/2 cucharadita de bicarbonato
1 sobre de levadura

Primero precalentamos el horno a 180º y preparamos el molde, para lo cual lo engrasamos y enharinamos bien. Ahora, pelamos los higos y los cortamos en láminas finas.
Los ingredientes secos, es decir, la harina, el bicarbonato y la levadura los tamizamos y mezclamos un bowl.
A parte y en otro bowl, mezclamos los huevos con el azúcar, hasta conseguir que espesen un poco los huevos y el azúcar se disuelva. A continuación, deshacemos la mantequilla en el microondas, en intervalos de 15 segundos en potencia mínima, de forma que no quede caliente. Ahora se añade a los huevos moviendo todo el rato la mezcla mientras se echa.
Incorporamos la vainilla y el yogur y se integra bien todo.
Ahora, podemos añadir tres higos y batirlos para que se integren en la masa, yo lo hice y quedó buenísimo. Incorporamos los ingredientes secos poco a poco y siempre removiendo hasta conseguir que quede una masa homogénea.
Cuando lo tengamos echamos la mitad de dicha masa sobre el molde y encima vamos colocando la mitad de las láminas de higos, que nos haya quedado. Echamos la otra mitad de la masa sobre la fruta y decoramos con lo que nos queda de higos.
Por último, horneamos a 180º durante 45 minutos más o menos o hasta que veamos que el bizcocho está hecho. Para comprobar si no ha quedado crudo, se puede comprobar con un palillo, si al pinchar el bizcocho este sale con la masa dejamos el bizcocho más tiempo, comprobando de poco en poco tiempo, para que no quede duro.
¡Y a tomarlo con un buen vaso de leche o con lo que queráis!


domingo, 10 de octubre de 2010

Timbal de jamoncitos de pollo confitados en AOVE con mermelada de champiñones y queso






Ayer tenía bodorrio. A lo grande, de los de etiqueta y protocolo incluidos. Una de mis amigas de la Universidad se casaba y el grupito de 10 amigas, del que os he hablado en alguna ocasión, se juntaba. Había que ir guapa, así que me vendé los ojos y el único gasto que hice fue en la peluquería...
He de avisar para lo que os cuento, de que no soy muy fan de este tipo de salones, que apenas visito una peluquería, si no es para cortarme el pelo cada tres meses. No porque sea una experta yo, sino porque me da pánico acercarme a una...
En fin que dos días antes de la boda mis cabecita traicionera me insinúa en plan pregunta: "Oye tú, amiga, ¿y si preguntas en la peluquería de debajo de tu casa para ver qué te pueden hacer ese día?" Juro que no quería hacerle caso, que me lo negué, pero la curiosidad es el arma traicionera de toda mujer, de modo que cuando aparecí por el portal de casa me asomé a la tienda y entré...
Me acogió una amable señora, demasiado amable para mi gusto, que parecía que yo fuera la mismísima reina:
- ¡Ay! ¡Pero qué mona ella! Por favor, pues claro, tú necesitas un estilista, de los de aquí, para que te digan lo que te pega mejor y sólo ponerte más guapa de lo que ya eres. ¡Mira, Antonio! ¿A qué es monísima? ¡Si es que con esa edad! ¡Oyyyy! ¿y qué ojazos? ¿Te pintarás también? ¡Sí, seguro! que con esas pestañas, imposible que digas que no. Pepa, ¡ven! Mira qué niña más mona para maquillarla el sábado...
Bla, bla, bla,... Bla, bla, bla...

Y allí me ves a mí, como mono de feria, diciendo que no a todo, pero ¿para quién? Sepa Dios...
La mujer me enganchó, lo reconozco, ahora, era imposible resistirte ante tanto piropo seguido. Yo sólo pensaba, lo divina de la muerte que iría... Bueno mis pensamientos sólo iban y venían, que si pelo a lo Patricia Conde, ahí un pelo suelto y ¿encima mejor maquillada que Penélope Cruz? Ya está, los ojos como chirivitas... Sí a todo, que si me dicen que ese día me tengo que cortar el pelo hasta os digo yo que hubiera admitido la proposición, a pesar de que para mí sea lo más sagrado. Total que salí de la peluquería con cita para el sábado por la mañana y con una cuenta de cincuenta euros totalmente desglosada con lo que me iba a costar todo...

Llega el día, sábado 9y30 am entro en el salón y me coge la primera estilista que aparece por allí. De estilista nada de nada, una peluquera y punto, una mandada más del lugar. Me lava y me pregunta qué es lo que me quiero hacer. Yo le digo la idea del pelo, no muy recargado sólo con la plancha haciendo rizos y punto. Parece que me entiende y asiente con rotundidad. Intento calmarme y leer una revista, ella es la experta ¿no? Sin embargo, mi cabeza se levanta y me miro al espejo, cuando veo pelo para un lado plancha mal colocada y chapuz de rizo que sale. Le intento explicar para que tome otra postura y parece que la cosa sale mejor. ahora cuando llega a la zona de flequillo...¡horror! "No así, noooo, ¡¡¡que no quiero salir con cuernos!!!" Pero la muchacha está muy concentrada enrollando el pelo como una persiana, con tanto esfuerzo que se le marcaba en la cara con esa "lenguecilla" saliéndose de la boca. Me sublevo y digo que así no va el tema, pero por mucho que se esmera nada de nada... Así que la olvido y pienso en llegar a casa cuanto antes para retocarme yo.

Después, sesión de maquillaje, una mujer de sesenta años que no calla, de las típicas que te marca el sermón de la vida, así sin más, pero que ella no te dice nada, ¡eh! que tú vida es tu vida y puedes hacer lo que quieras... Y en realidad, todo es una artimaña para que no te des cuenta de lo que está trajinando en tu cara. Cogió un as pinzas y tres pelos quitados, luego crema, ahora pincelada arriba, pincelada abajo y ¡voilà! ¡payasete total! Me vuelvo a ver reflejada en el espejo y ¡josú! ¡Mae mía santísima! ¿pero y este petardo quién es? Sólo una cosa pasa por mi cabeza: "Sal corriendo ya de allí".

Lo mejor de todo: el pago. Se me acerca la chica que me piropeó el primer día y me coloca una factura de setenta eurazos. Mi careto de impacto le sonaba, pues corriendo comenzó a justificar cada suplemento adicional: que si crema aquí, que si champú regenerador de no sé qué historia, que si depilación de cejas... "¡Perdón! ¿pero si han sido tres pelos literales lo que me ha quitado? ¡Caradura!" Y sí, se lo dije, ¡porque menudo timo para ir con tales pintas!

Aparezco en casa y Carlos me espera ansioso para ver si no me vengo quejando por enésima vez de lo que han hecho conmigo. Digo que no me gusta y suelta: ¡Si es que yo no sé para qué vais a la peluquería si siempre venís diciendo lo mismo!" ¡Más razón que un santo!

Y aquí os dejo otra receta más con Aceite de Oliva Virgen Extra (AOVE) con la que participo en el concurso de Sara de "Las recetas de Sara" con su patrocinador, AceiteVirgen.com, en el cual nos retan a preparar una receta con Aceite de oliva virgen extra. Esta vez colaboro con unos ricos Jamoncitos de pollo confitados. ¡Espero que os guste y disfrutéis de esta fácil y rica receta!


Timbal de jamoncitos de pollo confitados en AOVE con mermelada de champiñones y queso
Ingredientes (2 personas)
5 jamoncitos de pollo
2 rodajas de queso canario majorero
250 gr de champiñones
200 gr de azúcar
1/4 de vaso de agua
1 vaso de aceite de oliva virgen extra
1 vaso de vino de jerez
sal

En una olla ponemos los jamoncitos a cocer con el aceite de oliva y el vino a fuego lento. Añadimos la sal y dejamos hora y cuarto cociendo. Cuando los tengamos, les quitamos el hueso y troceamos la carne un poco.
Mientras preparamos nuestra mermelada, para lo que lavamos los champiñones y lo picaremos muy finamente. Éstos los ponemos con un poco de aceite y sofreímos durante dos minutos a fuego suave. A continuación añadimos el azúcar y el agua y dejamos que se cueza todo durante cuarenta minutos a fuego suave o hasta que veamos que el agua ha evaporado y los champiñones se han caramelizado.
Por último, se emplata colocando la rodaja de queso de primero a la que colocamos encima unos trocitos de carne de pollo y, por último, la mermelada de champiñones.

martes, 5 de octubre de 2010

Galletas de choco y Aceite de oliva virgen extra





¿Os he dicho alguna vez que de mayor quiero ser como mi madre? Bueno, pues sois los primeros en saberlo, porque ni a ella se lo he confesado...
Como todas las madres del mundo, ha debido escuchar mil veces eso de "no me quiero parecer en nada a ti", pero las leyes de la genética y el hecho de haberme criado ella, han hecho que esta afirmación vaya haciéndose cada vez más irreal. Ahora la admiro, por su capacidad de tener colocado todo en su sitio, la ropa planchada, la comida en su punto, de acordarse de todas y cada una de las fechas de su familia, de cuando tengo que ir al médico, a pesar de encontrarme a cientos de kilómetros de distancia, o de felicitarme la primera el día de mi cumpleaños o de incluso mi santo. Es esa persona capaz de mantener vivo el perejil de un San Pancracio perdido en mi cuarto, y la amiga fiel sea cual sea la hora a la que la llames, ésa que soporta tus enfados y gritos cuando no te sale algo como habías imaginado o aquella a la que puedes confiar un secreto y llevárselo con ella sin que nadie se percate ni de lo más mínimo. Tiene la capacidad nata de no parar ni un segundo en todo el día, de tener su horario lleno de actividades y no dejar ni una para hacer al día siguiente. Siempre todo perfectamente encarrilado y sus hijas y marido también. Conoce cada uno de mis pensamientos, cada uno de mis anhelos, de mis esperanzas, por qué actúo así o por qué "asá", qué es lo que me ha llevado a reaccionar de esa forma y cuál es el motivo por el que estoy riendo o llorando desconsoladamente. Sus ojos captan el mínimo detalle y no le hace falta saber nada más, sólo con su intuición y calma dirige y comanda a todos los de la casa. Lo que diga ella va a Misa, ya que su capacidad adivinatoria no tiene precio. No digas que no te lo advierte, no digas que no te preguntó con ése "¿seguro?" o "¿lo tienes claro verdad?" y es que se adelanta a lo esperado, sabe por dónde irán los derroteros, sabe cuál será tu reacción lógica e inexplicablemente siempre consigue dar en el clavo.
Lo lleva todo milimetrado, la economía casera su don natural para alargar los céntimos, para conseguir a la perfección que las cuentas cuadren a final de mes. Su mesura es digna de aplauso, pues antes de pedir por su "boquita" están sus hijas, que no se queden sin ninguna oportunidad, que no les falte nada, por lo que alarga su jornada laboral hasta donde haga falta y cuando llega a casa aún tiene tiempo para llamarte y decirte que ha hecho "dieciséis croquetas" para congelarlas por si cuando vayas a Jaén te las quieres llevar.
Sin duda, es mi ídolo nato, mi maestra, mi consejera y mi MADRE, sí con mayúsculas bien grandes, porque sólo ella es capaz de conseguir todo lo que os he descrito y mucho más que no cabría aquí. Únicamente ella puede intentar hacer realidad cada uno de tus sueños y esto sin esperar nada más que un poco de cariño y amor por mi parte, cuando me dice "andaaaa, dame un beso" y yo hago mis esfuerzos por quitar mi coraza gatuna para acercarme a su mejilla y cumplir su único deseo.
¡¡¡FELICIDADES MAMÁ!!!

Aquí te dejo tu regalito para ahora que sé que estarás leyendo mi entrada. A estas horas de la noche, sé que deseas coger alguno de tus caprichos dulces, si es que no lo has hecho ya... Por eso, te dejo unas cuantas galletitas de chocolate y el mejor de los ingredientes que tiene nuestra tierra, el aceite de oliva. Espero que te gusten y acuérdate de mí, mientras las comes. ¡Te quiero!

Con esta receta participo en el concurso de Sara de "Las recetas de Sara" con su patrocinador, AceiteVirgen.com, en el cual nos retan a preparar una receta con Aceite de oliva virgen extra. Ha sido un placer Sara investigar recetillas con este producto tan cercano a mí y que nunca falta en mi cocina. Encima, te tenía que incluir en esta entrada, porque, y espero que no te importe, para mí eres, sin duda, mi mami (con tu permiso) en estos mundos blogueros, porque siempre estás ahí para darme algún que otro consejillo y te siento muy cercana siempre con tus recetas y explicaciones, vamos como si estuviera en tu cocina con tus pasos a pasos.

Galletas de choco y Aceite de oliva virgen extra
Ingredientes (20 galletas aproximádamente)
120 gr de harina
85 gr de azúcar
1 / 2 cucharadita de bicarbonato de sodio
1 / 2 cucharadita de canela
45 gr de aceite de oliva virgen extra
1 cucharadita de extracto de vainilla
50 gr de chocolate fondant
2 puñados de nueces
Precalentamos el horno a 180º y cubrimos la bandeja de horno con papel vegetal.
Ahora derretimos el chocolate en el microondas en intervalos de 30 segundos. Tamizar juntos la harina, azúcar, el bicarbonato de sodio y la canela. A continuación mezclar el aceite de oliva virgen extra y la vainilla y se añade a la mezcla seca. Agregar el chocolate derretido y revolver hasta que la mezcla esté homogénes.
Después con una cucharita coger una porción de masa y hacer una bolita con ella. Vamos colocando ésta sobre la bandeja de horno dejando una distancia entre cada una. Hornear las galletas de 10 a 12 minutos o hasta que no queden blandas y pasar a una rejilla para dejar enfriar por completo.



sábado, 2 de octubre de 2010

Paella mixta de mi casa

5 meses con vosotros y 178 seguidores. ¡¡¡¡Muchas gracias!!!!

Los domingos en Jaén se bajaba a la casa del campo para comer arroz, o lo que comúnmente se denomina paella. Una ocasión especial para el despliegue masivo de comida, pues si no fuera suficiente con un buen plato de paella, sobre la una de la tarde comenzaba el momento tapeo y delante de ti todos los miembros de la familia se organizaban para plantar en la mesa mejillones en escabeche, ensaladilla rusa, lomo, morcilla, queso, patatas fritas, etc, etc, etc,... A mí estos manjares tan suculentos me parecían la bomba, así que entre picoteo y picoteo me ponía finísima.
De modo que aunque lloviese, tronase o nevara allí estaba la familia entera reunida para la ocasión. Yo los veía desde la distancia, un poco solitaria porque ni mi prima y mi hermana podían seguirme el juego con cinco y seis años menos. Me colocaba en mi silla de plástico y observaba el comportamiento humano de la generosidad:
- Niño prueba esto.
- Fernando coge lomo que es ibérico.
- Pedro ¿has probado la ensaladilla?
Miles de cubiertos voladores alrededor de mi cabeza, ellos tenían su tenedor propio con el que iban pinchando en los platos, pero claro luego estaba la tradición propia de mi familia y es que no es que debas probar el tenedor de la otra persona con el alimento que te prepara, sino que es tú obligación coger su tenedor y tragar su contenido, si no, como mosca cojonera, ahí estará hasta que le hagas caso.
Bueno si hay invitado, aumentamos las complicaciones. Da igual que digas esto de: "No, Luisa, de verdad, que no me gusta", porque mi abuela te engancha y se queda a tu lado con el tenedor dirección tu cara y arremete con: "¡Pero si está muy bueno! Además, ¿tú lo has probado? ¡Toma un poco!" y a la boca directo, que se le queda una cara de tonto a esa persona... Mastica y saborea como puede, mientras de fondo: "¿Veeeeess? ¿A qué está bueno? Si es que hay que probar las cosas, que estas huevas son lo mejor del mundo!" Después de haber conseguido su objetivo, mi abuela podría quedarse satisfecha pero no, ella es de naturaleza pesada en el tema de la comida y ya ha fichado una figura con la que practicar durante lo que quede de día: "Prueba ahora esto o ¿has cogido lomo? Anda toma que te va a pasar lo mismo que con las huevas..." Yo miro a esa persona y desesperanzada vuelve a abrir la boca: "Ahiiií, ¿ves qué rico está?"

Pero encima, si ese invitado no come o resulta ser un poco exquisito en sus gustos, allí ves a toda la familia observando sus movimientos. Como se digne a no probar un plato,... bueno heridísimo el orgullo de la persona que lo ha preparado, por lo que es en ese instante cuando presenciamos la persecución del cazador a su presa. Lo persigue alrededor de la mesa, le clava los ojos e intenta buscar el momento más oportuno para acercarse a él y cazarle. Lo arrincona con el plato en los hocicos y toma cucharada va y cucharada viene: "¿Te gusta eh? Pues venga toma más, y ahora el último tenedor. ¡Ayyy si es que hay que probar las cosas!"
El momentazo viene con la llegada de la paella, todos con la barriga hinchada para empezar a comer el manjar diez... Observo las caras ante los platones que mi abuela se ha dignado a colocarles delante y comienza el soniquete de: "Esto es mucho Luisa, yo no voy a poder con todo". A lo que ella responde: "¡Tú come y calla!, que está muy bueno". Imposible no hacerle caso, ya os lo digo yo...

Y ahora os dejo con la entrada que publiqué para mi colaboración mensual en el Antonia Magazine, que claro como no podía ser menos es la "Paella mixta de mi casa". Para quienes no conozcáis la revista os recomiendo que visitéis su página porque pasaréis un rato increíble con esta revista online.

Que la paella es nuestro plato más conocido internacionalmente no es ningún secreto y que en cada casa la de su madre es la mejor, tampoco; ahora, seguro, seguro, seguro que aún hay muchos que no se han animado a prepararla, ya sea por falta de tiempo, de ingredientes o, incluso, por miedo al desastre total y rotundo. Por esto yo os traigo la que se hace en mi casa, bien explicada y con algún que otro consejito, para superar estos inconvenientes y que no haya ninguna excusa, porque, ya os digo yo que cualquiera puede preparar un plato tan rico y nutritivo fácilmente.

Primero los consejos:
  • Los ingredientes que debes utilizar son tantos como tú desees. En el caso de esta paella mixta, habrá que incluir verduras, carne y pescado. Yo os recomiendo que las verduras sean las mismas que os pongo en la receta, pero si luego queréis poner más tipo alcachofas, champiñones, etc,... podéis hacerlo y todos los que queráis. En cuanto a la carne os pongo tres tipos, pero si queréis añadir otros como ternera, perfecto y para el pescado lo mismo, pues si escogéis gambas, almejas o cualquier otro marisco, esto enriquecerá más la paella.
  • El tiempo de preparación puede realizarse en dos veces, es decir, por la noche puedes dejar todo hecho y al día siguiente sólo te queda añadir el arroz y dejar que se haga y comer la paella recién hecha. Además con este truco, los ingredientes toman más sabor.
  • Por último, mi madre dice que sale mejor sin esmerarse mucho... En fin ¿será este toque por el que a mí no me sale igual?

Paella mixta de mi casa
Ingredientes (6 personas)
* 1/4 y 1/2 kg de magro de cerdo y costillas troceadas de cerdo ibérico
* 1/2 pollo troceado
* 6 gambones (o cigalas, langostinos, a vuestro gusto)
* 1/4 kg de choco
* 4 tomates rallados
* 2 pimientos verdes
* 1 pimiento rojo pequeño
* 1/4 de cebolla pequeña
* 12 puñaditos de arroz (2 por persona)
* 1/2 cabeza de ajos
* 1 vaso y 1/2 de vino blanco
* 1 pastilla y 1/2 de avecrem
* Azafrán en rama (un poquito)
* 2 hojas de laurel
* Agua
* Perejil al gusto
* Sal

Sofreímos en una paellera para 6 personas o cazuela de barro grande la carne con un poco de aceite y el laurel, le damos una vuelta y se le añade el choco. Éste último se hace sólo un poco y a continuación se agrega la cebolla bien picada y dos ajos troceados, también los pimientos cortados en cuadraditos.
Cuando veamos que se ha pochado unos minutos, echamos los tomates rallados. Mientras se sofríe bien el tomate, preparamos un majado con los ajos que nos quedan que machacamos con el perejil, y después junto al avecrem, y el azafrán. Una vez tengamos este majado bien integrado se vuelca el vino sobre él y se remueve para mezclar.
El majado lo añadimos a la carne y se deja cocer a fuego medio alto durante cinco minutos, para que se evapore el alcohol del vino. Pasado este tiempo se añade el agua, que suelo calcular según la paellera, es decir, si la paellera es para 6 personas echo agua hasta llenarla entera menos medio dedo como límite para que no se salga el agua al hervir. Removemos todo y se deja cocer a fuego medio alto durante media hora.
Transcurrida la media hora sólo nos queda por incorporar el arroz y los gambones. El arroz para calcularlo, suelo poner dos puñaditos por persona y lo dejo cocer a fuego medio durante un cuarto de hora más o menos sin remover nada más que al principio, aunque se queme un poco. Los gambones se incluyen en la paella cuando está cociendo el arroz para que de su sabor.

martes, 28 de septiembre de 2010

Mi lasaña boloñesa



Y ¿por qué siempre tiendo a querer hacer mil cosas? Soy una pimientilla, como me dice alguno, mi cabeza va a mil por hora y no he acabado de hacer una cosa cuando ya he empezado la siguiente. Mi mente va a mil por hora todo el día, un auténtico descontrol, pues voy corriendo a todos sitios, que no me falte ni un segundo, todo ya para ya, que no se me escape, que si no se descuadra todo el batiburrillo que he formado a mi alrededor. "Que si hoy tengo que ir a ver el tocado y luego preparo comida, ¡ayyy que hoy era la receta del CWK! ¡Madre, pero si también tenía la del concurso! ¿Y apuntarme a la piscina cuándo?". Total, que por esta causa voy como autómata y me ocurren muchas cosas de las que os cuento a continuación, ya que no pongo demasiada atención a no ser que esté plenamente concentrada. Ahora, ya he tomado medidas y me he comprado una agenda para planificarme. Muy mona ella, muy práctica, con cincuenta mil separadores y, por si fuera poco, venga fosforitos y bolis de colores, de lo más chillones también, para no perderme... Y ahí estoy mi primera tarde como una niña estrenando libros... "Venga, primero mi nombre y mi dirección, que no quiera Dios que se me pierda... Ahora, mi cumpleaños, ¿a ver en qué día cae este año? ¿Domingo? Joe... y ¿a ver el de... y el de...?...".

Bueno si la solución fuera solo la agenda, pues vale, pero soy el despiste personificado, pierdo todo y cuando digo todo, es toooodooo. De pequeña me acuerdo, que era la típica que se dejaba en el autobús lo que llevara, la que estrenaba carpetas y chaquetas una vez al mes, la que odiaba llegar a casa porque ahí estaba en la puerta tu madre con los ojos preparados y la boca medio abierta para empezar con la retahíla: "¡No puede ser, pero otra vez, aquí no hay quien gane para libros y encima el de religión, ¿pero otra vez?!", etc, etc, etc,... Porque sí, los paraguas ni los huelo, me los olvidó en la primera parada que haga, las llaves... infinidad de veces he tenido que llamar a casa a las tantas de la madrugada para que mi madre se enterase bien, bien, de la hora a la que había llegado su hija tan responsable. Y lo peor de todo, las predicciones de mi padre, la primera de ellas, la que ha sonado toda la vida:
- Anda Gema, sube a casa y me traes las gafas que están en la entrada y también la cartera y las llaves del coche.
- Joe Papá ¡sube tú!
- Venga anda sube y no te dejes nada, que ya verás que de tres cosas que te pido, se te olvida alguna . Ah y dile a tu madre que baje ya, que estoy harto de esperarla.
Yo subo engancho las gafas, la cartera y para abajo. Mi padre me ve llegar y me pregunta:
- ¿Y las llaves?
Y no os digo quien tiene que volver a subir, resulta evidente, porque tal es mi nivel de descuido que a medida que os escribía esto, he tenido que releer las línea escritas para recordar que era la cosa que me dejaba... verdad cien por cien.

La segunda advertencia de tu padre: "Ni se te ocurra perderlo"; y cuando aún pone más énfasis: "Gema que esto hay que devolverlo, así que ten cuidado" y ahí me ves empaquetada de pies a cabeza para subir por primera vez a la Sierra y aprender a esquiar. En la mochila, un regimiento de trastos: gafas, guantes, gorro, la braga para el cuello, comida, zumo, agua, crema... Todo bien dispuesto y en diferentes compartimentos. Aterrizamos en la pista y empiezo a sacar cosas para disfrazarme por completo; después complicamos aún más la equipación con la misión alquiler de esquís y botas, hasta que, por fin, me encuentro en la cola para subir Borreguiles. Mi don por delante con unos amigos, mi prima, su novio y yo por detrás a unos segundos de coger mi primer telesilla, cuando voy a ponerme los guantes y... "¿Y mi otro guante? Pero si yo llevaba los dos hace un momento... Oh, oh, oh"
- Elisa que he perdido un guante...
- ¿Qué, qué?
Y allí venga a apartar esquís y tablas, atascada entre bastones y tiburones deseosos de alcanzar su primera bajada... Yo miro desesperada el suelo y ni rastro, la gente con ganas de matarme y seguro que pensando "ya está aquí la cateta de turno". Yo sé cuál va a ser el final: he perdido definitivamente el guante y mi padre me va a sentenciar: "Ya no pido otro favor, que siempre lo pierdes todo y ¡da gracias de que no te dejas la cabeza por ahí!" Ea para qué negarlo...

Para hoy os dejo una receta riquísima, de las clásicas y con la que siempre aciertas cuando tienes visitas, porque es fácil de preparar y queda de lujo, la lasaña.

Mi lasaña boloñesa (6 personas)
Placas de lasaña fácil (hacerla como ponga en la caja)
500 gr de carne picada (mitad de cerdo y mitad de ternera)
1 cebolla
2 dientes de ajo
125 gramos de champiñones
1/3 vaso de vino blanco o un chorreoncito grande
1 lata Tomate casero Hacendado
Queso en lonchas
Queso para gratinar
2 quesitos el caserío para la bechamel
Bechamel
Orégano, pimienta, albahaca, nuez moscada y sal

Para la masa.
Picar las cebollas y pochar con sal. Luego los dos ajos y añadir. Esperar que doren e ir añadiendo los champiñones. Una vez pochado le echo la carne picada y la separo bien con la cuchara para que no se hagan montones. Ahora se añade la sal, la pimienta, el orégano y la albahaca. Después de que se haya hecho la carne, incorporamos el chorreón de vino y dejamos que reduzca 10 minutos o hasta que la carne chupe el vino. A continuación añadir la lata de tomate (reservar 3 cucharada para la bechamel) y mezclar.
Posteriormente preparamos una bechamel normal a la que luego le he incorporado 2 quesitos el caserio, sal, nuez moscada, pimienta, orégano y 3 cucharadas de Tomate casero.
Hacer las placas de lasaña fácil tal cual pone en la caja o hervir durante diez minutos más la pasta de lasaña si la compramos normal con un chorreón de aceite y una pizca de sal. Ahora, montamos la lasaña, poniendo primero en el fondo un poquito de bechamel con más tomate, luego pasta, y encima de ésta la mezcla de carne y dos lonchas de queso. Volver a repetir con pasta, carne, queso y terminar con la bechamel por encima espolvoreada de queso. Una vez tengamos el montaje, metemos en el horno la lasaña para gratinar durante cuatro minutos o hasta que veamos que el queso de arriba está dorado. ¡A disfrutar!

jueves, 23 de septiembre de 2010

Sandwich de helado de vainilla y oatmeal cookies





Whole kitchen en su Propuesta Dulce para el mes de Septiembre nos invita a preparar un Helado Casero.

Uno no puede fiarse de su padres, bueno una en mi caso, porque no se puede ir por ahí pensando que eres divina, la más guapa, la más alegre, la más..., la más... Sí, porque desde el mismo momento en que comienzas a hacerte una mujer hecha y derecha, sólo escuchas a tus padres hablar de ti, en términos como: ¡ayyy si yo tuviera veinte años ahora! o eso de "mi hija iba, buenooooo, ¡la más guapa de todas!". Y es que como dice mi don, muy educado él, a un padre no le huelen las ventosidades de sus hijos y esto diciéndolo finamente claro.
Total que durante la adolescencia te crees una diva con sus nuevas formas, descubriendo el armario de su madre, o el de su hermana mayor en el mejor de los casos, junto al maquillaje y esos tacones infernales. Todo te sienta descomunal, has nacido para ir a la última y lo tuyo es, sin duda, la moda. Así eres capaz de ponerte dos moratones como ojos dando rienda suelta al morado chillón años 90 que tu madre esconde con vergüenza de sí misma en el rincón más recóndito del cuarto de baño y plantarte la chupa de cuero negro más in junto con los tacones de salón de punta dorada que la señora lleva usando toda la vida. Te observas en el espejo enorme de la habitación parental, masticando chicle y admiras la nueva Madona que ha nacido en ti. Espléndida, divina,... ¡de muerte lenta vamos!
Apareces en el salón y tu padre te mira sin saber si salir a la cocina a por un mazo para darle a la ladrona o si gritar como en Scream, mientras habla por teléfono. Tu madre ni parpadea, bueno sí, sólo con un ojo, se ha quedado pálida del susto y temblorosa, tanto que te dan ganas de preguntarle ¿mamá tu qué te has tomado? o mejor aún ¿qué? ¿voy guapa eeein?
Sí, sí, porque todos hemos tenido un pasado oscuro o ciertamente tenebroso, donde las botas militares o los pantalones bien rotos y las chupas de cuero suponían el mejor de los atuendos. Yo lo tenía bien claro, hiciera lo que hiciera, siempre en mi casa iba a ser la más guapa de todas, la más fina y la más elegante, así que con este porte por qué no experimentar ir a la última.

Menos mal que con el paso de los años te redescubres, aparece la mujer que hay en ti y vas cogiendo tu estilo. De los tonos fluorescentes pasamos a los colores más cálidos, a los rojos bermellón y los azules menos eléctricos, los taconazos sólo para domingos y fiestas de guardar y la combinación minifaldera y escotazo la abandonamos en el apartado 'nunca más' de nuestro cerebro. Ahora, ese sentimiento de egocentrismo creado desde nuestra juventud no nos abandona, así que si se nos plantea una sesión de fotos con profesionales, pues la que os habla se apunta, porque los flashes siempre me han fascinado y que capten mi mejor yo más aún, será ese photoshop tan milagroso...
De esta manera, cuando  me dijeron en la agencia que necesitaban extras para las fotos, yo me ofrecí voluntaria. Yo, tan digna con mi pantalón raído y mis pelos y allí, frente a mí, dos cacho modelos, largas como ellas solas, una cabeza y media que me sacaban y con el primer cambio de ropa, vamos guapas hasta caer para atrás. Pero bueno si esto hubiera quedado entre mujeres, ni tan mal, pero claro, no podía ser así, por lo que cinco minutos después de mi llegada a la casa veo pasar por mi lado al "hombre", el superchico, el modelazo im-presionante que iba a protagonizar las fotos. Ahora sí que me salió de los labios: "¡Ohh Dios mío!" Los ojos como chiribitas y un hipo repentino que me entró...
Ahora llegaba mi turno, mi cambio de ropa, un vestido rosa fucsia y, literalmente, como una niña con zapatos nuevos, iba la mar de feliz a disfrazarme como una cenicienta por unos instantes. Me coloco el vestido y "¿esto por dónde narices se mete? ¿Tres forros? Ayyy así no, pero así tampoco, bueno yo salgo así y ya está... Eh, pero faltan los zapatos, ¡ahhhh qué bonitos, pero pufff ¡Josuuuu que alta soy ya! Ehhh ahora entiendo a esas modelos, jejeje ¡madre mía, qué tacón! ¡Oh, oh, oh, yo con esto no sé andar!".
Y salí de la habitación con un vestido a medio poner, que el maquillador nada más verme aparecer puso el gesto en la cara de "pobrecita" y venga a recolocarme tirantitos para arriba, etiqueta hacia adentro, no paro hasta verme dispuesta en lo que pudo, porque nada más comenzar a andar se dio por vencido; era la perfecta personificación de un pato desfasado, porque lo de mareado se quedaría muy corto. Eso sí, en mi vida me vería otra vez vestida con tanto glamour y lujo, como mientras hacia de extra con mi primer cambio de ropa.
El segundo cambio lo lleve mejor, sin embargo los impedimentos surgieron nada más aparecer en el salón, cuando el fotógrafo me suelta: "Gema tú súbete al sillón y baila encima con el pelo despeinado". Lo miré incrédula, ya que con esa orden o me clavaba en el sillón o me dislocaba el tobillo en alguna caída asegurada. Pero, iba en serio, así que agarre a Jose, otro extra simpatiquísimo y le solté:
- Tú no me sueltes que me estampó con los dientes en el suelo.
El chico se descojonaba con mi situación con un abrigo de piel blanco y unos Manolo Blanik rojos a punto de agujerear un sofá que a saber el precio que tenía, si la casa era de tales características. Eso sí, a mí me habían mandado bailar y ahí estaba dándolo todo, con caída hacia atrás, con otro hacia adelante, vamos una Paris Hilton despatarrada... Por eso, aunque el fotógrafo alabó mis peripecias para hacer equilibrios, yo me planteé eso de fiarme de mis padres lo justito, que verás cuando les diga que salgo de extra en la moda de la revista lo que me van a decir: "¿Síii? ¿Cuándo? ¿Dónde? Pues a ver si las traes para enseñarlas a todos y ¡que vean lo guapa que estás!"

La receta de hoy un riquísimo helado. Lo saqué de la revista Lecturas y sale tan delicioso que se acaba en un periquete, así que si es para más de cuatro personas, recomiendo doblar las cantidades. Este helado de vainilla lo acompañé de las Oatmeal Cookies (pincha aquí para ver la receta) y combinan a la perfección. Además con esta presentación sorprendes a tus comensales con un postre 10.


Sandwich de helado de vainilla y oatmeal cookies
Ingredientes
400 ml de leche entera
200 ml de nata líquida para montar
5 yemas de huevo
125 gr de azúcar
1 vaina de vainilla
1 cucharadita de té de esencia de vainilla (esto se lo añadí yo)
Oatmeals cookies para formar los sandwichs de helado de vainilla

Poner la leche a calentar con el azúcar. Abrir la vaina de vainilla por la mitad, rascar las semillas y echarlas a la leche, también la vaina abierta y llevar a ebullición. En este momento retiramos del fuego y dejamos que se temple la leche con la vaina dentro, de modo que se infusionen ambos durante media hora como mínimo.
Cuando este frío, batimos las yemas en un bowl y las vamos volcando haciendo un hilillo sin dejar de remover la leche muy rápidamente con una cuchara de madera. De esta forma, evitaremos que cuajen las yemas.
Volvemos a calentar la preparación a fuego muy lento, removiendo constantemente hasta que espese como una crema. Ahora, se retira del fuego y se incorpora la nata moviendo hasta integrar todo el conjunto. Una vez listo, lo colocamos en un recipiente y dejamos enfriar en el frigorífico mínimo tres horas.
Finalmente introducimos el helado en el congelador y a la hora lo sacamos para removerlo y quitar todos los cristales que puedan haber salido. Este procedimiento lo repetiremos durante las tres horas siguientes cada media hora y así conseguiremos que nuestro helado de vainilla tenga una consistencia cremosa. Ahora sólo queda dejar que congele del todo la mezcla. A la hora de servir de postre, hemos de sacarlo veinte minutos antes del congelador para poder tomarlo.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Oatmeal cookies (Galletas de avena)




Lupe se paró y firme mantuvo la mirada deseosa de Dimitris, quien a grandes zancadas se acercó a ella en unos segundos. Sus ojos se encontraron, frente a frente, uno junto al otro. Él, el rey de la fiesta, con su porte distinguido y seductor, pero su expresión y sus ojos mostraban lo contrario: un chico cegado por la fuerza de los sentimientos, intentando expresar lo que encerraba su alma.

Eran el centro de atención, la fiesta se movía a su alrededor, unos deseosos de conocer la procedencia de la muchacha, otros locos de celos...
Para Dimitris su mundo adquirió una nueva perspectiva: la de los ojos de Lupe, de cerca más bella aún, con su sola presencia inundaba toda la estancia y su vestido blanco impoluto resaltaba aún más el color café de su piel y sus ojos oscuros.
Inauguraron juntos el baile, pues Lupe ante la decisión de su compañero, se dejó llevar, acariciar por el suave movimiento del compás y halagar por el cariño conque sentía el susurro tarareo de Dimitris. Los ojos de él la atraían como un imán, no podía desviar su atención, tan sólo sentía su estómago, su piel rozando con los manos de su acompañante. Sabía a la perfección que debía acallar sus , que sería una frustración y un desengaño, pues no pertenecían al mismo mundo; sin embargo, esta pasión nueva iba en contra de su lógica, de su razón y, de momento, salía triunfante.
La música bailó y el cambio de pareja hizo que se separaran. A Dimitris le tocó bailar con Benice, quien había sabido colocarse estratégicamente para que su prometido no siguiera con la vista a Lupe. Le habló de boda, de los preparativos que había comenzado con Eugenia, del sitio señalado y de la fecha pendiente sólo de su aprobación. Dimitris no la escuchaba, asentía mecánicamente, lo que bastó para que la muchacha diera por asentado su compromiso. En tan sólo tres días toda la ciudad se haría eco del nuevo enlace.

Dimitris y Lupe no volvieron a encontrarse en el baile, ella se encontraba demasiado solicitada por el sexo masculina y él pasaba de las manos de Benice a las de su madre y así durante las dos horas que duró la fiesta. En la despedida consiguió abandonar a su madre, tendría entretenimiento para rato dando los agradecimientos de asistencia protocolarios, así que a escondidas consiguió atravesar todo el patio y llegar a la cocina. Allí, encontró a Lupe y como un ciclón la cogió en brazos y con ella se dirigió camino de la playa.
Dieron la vuelta entera a la isla contándose su infancia, sus gustos, anhelos,... Pero a Lupe tanta solemnidad no le divertía, por lo que mientras Dimitris admiraba el amanecer, agarró un buen puñado de arena y se lo plantó en la cabeza al chico antes de echar a correr. Dimitris le clavó la mirada sonriedo picaronamente y lanzado la siguió hasta alcanzarla. La cogió de la cintura y la levanto con las dos manos hacia el cielo, la bajo despacio y cuando se encontraron cara a cara la besó en la comisura de los labios dulcemente una y otra vez hasta que el ruido del mercado de la mañana los despertó de su sueño y tuvieron que despedirse.

A Eugenia la salida nocturna de su hijo no le había hecho ninguna gracia, más oliendo con quién había estado. Por ello, mandó una nota a la casa de Lupe con el sirviente que la conocía para notificarle que ya no volviera a su casa para cocinar. Al mismo tiempo, invitó a Benice y su madre a que pasaran unos días en la mansión familiar para ultimar los preparativos de la boda con su hijo.
Dimitris sólo se percató de lo peligroso de su situación dos días después de la fiesta, cuando en su cuarto observó una caja con el traje de novio. En ese instante armó en cólera y se presentó frente a su madre pidiendo explicaciones.
- Hijo bien sabes lo que supone que dentro de unos meses alcances la mayoría de edad. Tu padre es muy mayor ya y necesita que alguien le releve en su trabajo. Además esta casa requiere una nueva administración, niños que le den otro aire. Tú vas a necesitar una mujer que esté a tu altura y te quiera y, para ello, nadie mejor que Benice.
- Pero madre, yo no he elegido a Benice, yo no quiero casarme, bueno sí, pero no con ella.
- Dimitris déjate de romanticismos, te casarás con ella, pues desde pequeños se concertó así vuestro matrimonio.
- ¡No! Me casaré con quien amé y ella me ame a mí, aunque tenga que renunciar a todo lo que tengo.
La cara de horror de Eugenia dejó estupefactas a Benice y su madre, quienes en ese momento entraban en el salón donde discutían madre e hijo. Dimitris salió sin saludar y las mujeres siguieron con sus labores sin dar más importancia al percance.

Tan sólo quedaba un mes para la boda y Dimitris perdió la esperanza de encontrar a Lupe, desde aquella noche juntos parecía haber desaparecido. Ella se había enterado de lo que iba a suceder por los cuchicheos de la gente del pueblo. No habría vuelta atrás, el sino estaba echado, por lo que su determinación sólo podía ser una, olvidarlo. De esta manera, aceptó la propuesta de su padre de aprender costura con su vecina Dafne, además le ayudaría en su trabajo y así conseguiría pagarle el vestido que le regaló para la fiesta de Dimitris. Moses, preocupado por la intranquilidad de su hija y con la excusa de dejar las mejores telas de otros países que le vendían sus amigos, decidió visitarla en las horas de su aprendizaje, pero no consiguió engañar a Dafne, quien sentía como poco a poco él más la piropeaba.
Con Lupe, Dafne consiguió duplicar su trabajo, había aprendido muy rápido y sus manos parecían haber nacido para vivir entre telas. Sus primeros vestidos adquirieron protagonismo rápidamente, por lo que la muchacha decidió dar nombre a sus creaciones bajo el seudónimo de María, el nombre de su madre y abuela, quienes la ayudarían donde estuvieran.

Pronto llegó a oídos de Benice los datos de una nueva costurera, que estaba innovando con inspiraciones de otros países y las mejores telas. Su vestido debía ser confeccionado por ella y por su maestra y así poder ir a la última, crear tendencia. La madre de Benice consiguió dar con su contacto y hacerle llegar una nota proponiéndole la confección de un vestido de novia por una suma de dinero jamás imaginada por Lupe y mucho menos para Dafne. Sin embargo, el lugar de la preparación echaron para atrás a Lupe, no quería volver a pisar la casa de Dimitris y mucho menos encontrarse con él. Dafne ante la excitación de su alumna reconoció lo que le estaba sucediendo y le infundó el valor que necesitaba para hacer frente a esa situación y no perder la oportunidad que se le presentaba para terminar siendo una de las modistas más valoradas de la ciudad. Para ello, idearon un plan, Dafne sería la encargada de ir y venir de la casa de la novia, cogería todos los arreglos y medidas y Lupe sólo tendría que terminar su creación con Dafne. Así, nadie tendría que verla y, por tanto, no terminarían el contrato de trabajo antes de ser pagadas las horas de esfuerzo.


Este método funcionó durante dos semanas, pero un día Dafne despertó con malestar, se tomó la temperatura y era demasiado elevada. Aún así, sabía que de ella dependía todo el esfuerzo de Lupe, de modo que se vistió para salir de casa. Lupe se la encontró en la puerta, con tan mala cara que salió corriendo a su encuentro. Ante la desesperación de la mujer y su firme convencimiento de ir a medir el vestido de novia, Lupe decidió acompañarla hasta la puerta y esperarla escondida hasta que saliera.
Pasaron dos horas y no hubo movimiento, pero cuando iban a dar las doce de la mañana una silueta masculina llegaba a la puerta de la mansión. La reconoció al momento, era Dimitris, pues su estómago volcó de alegría y su corazón comenzó a palpitar de emoción. Pero no se dejó llevar, calmó su cabeza y siguió mirando la situación, cuando, de repente la puerta se abrió y apareció Dafne, pálida como el marmol, demacrada y con una bolsa enorme donde llevaba el vestido. Se quedó paralizada ante la expectación de su hijo Dimitris, él la intentó ayudar, pero con un débil gemido, Dafne exclamó:
- Hijo, hijo mío, no te preocupes por tu madre. Puedo sola. - Y no le dio tiempo a pronunciar más pues como un peso muerto cayó sobre los brazos de Dimitris.
Lupe salió corriendo de su escondite y se avalanzó hacia Dafne a quien Dimitris había colocado delicadamente en el suelo. Él miraba incrédulo la situación, ¿quién era esa mujer que le había llamado hijo? ¿Por qué le resultaba tan familiar? ¿Y Lupe? ¿Qué pintaba ella en todo esto?
Entró en la casa para pedir ayuda a los sirvientes y llevar a Dafne donde le dijera. Hasta la cocina tuvo que ir para encontrarlos comiendo un plato que durante tantos años había recibido en su cumpleaños, una moussaka. Los levantó y mandó que le ayudaran.
Llevaron a la enferma a su casa y la acostaron en el sillón del salón. Lupe sugirió que algo de comida la reanimaría, por lo que se acercó a la mesa y cogió una fuente con moussaka. En ese instante Dimitris se percató de que era la misma fuente que la que había en su casa, la misma que durante años su madre había mandado tirar por ser poco ostentosa, además contenía la moussaka con un olor exactamente igual al que desde siempre había olido. No se movió del lado de Dafne hasta que despertó, la vio comer, quejarse, dormir, hasta que cercana ya la noche, consiguió recuperarse. Abrió los ojos y se encontró con su hijo Dimitris, tanta fortaleza y emoción contenida durante casi dieciocho años salieron a flote en sólo unos segundos, el tiempo suficiente para que las lágrimas cubrieran su cara y por sus labios salieran estas palabras:
- Hijo, nunca quise abandonarte, pero eras tan pequeño y tu padre murió, ya éramos suficientes bocas en casa y temí no poder darte ni un bocado, por lo que te dejé con Eugenia. Sé que tal vez no me perdonarás, ni siquiera yo lo he hecho conmigo misma por no luchar en ese instante, pero nunca te abandoné, siempre fui a verte, todos los días, sabía qué te gustaba y te lo dejaba en casa ¿te acuerdas de la camisola azul? ¿de las moussakas por tu cumpleaños?
Lupe no daba crédito a lo que estaba escuchando. Su vida había girado alrededor de Dimitris desde que había llegado a la isla y todos sus pasos se habían encaminado al encuentro de ese hombre por quien su cuerpo estallaba.

Esta confesión cambió por segunda vez en su vida, su destino. Se enfrentó a su madre, desveló a su padre adoptivo la verdad y se negó a casarse con Benice, quien tampoco deseó el futuro con un hijo de la baja sociedad. Eugenia no aceptó que Dimitris la abandonara por lo que le repudió y sacó de su testamento, no recibiría ni dinero ni gloria de su parte.
Dimitris recuperó a su verdadera familia, a sus hermanas y a su madre, también a otro padre Moses, quien pronto le entregó la mano de su hija Lupe, la persona a la que había querido desde que se la encontró bajo el sauce llorón y a quien deseaba con todas sus fuerzas.

((FIN))
Espero que hayáis disfrutado de este novelón de cuatro entregas. Me he alargado, lo sé, pero eso me pasa por empezar a escribir...

Y como colofón final a esta historia os dejo unas galletas tremendísimas de buenas, totalmente adictivas y fáciles de hacer. Son unas Oatmeal cookies o galletas de avena. Hacedlas que quedaréis como reyes ante visitas y amigos.


Oatmeal cookies (Galletas de avena)
140 gr de mantequilla a temperatura ambiente
190 gr de azúcar morena
90 gr de azúcar blanca
125 gr de copos de avena
230 gr de harina de trigo
2 huevos
1 cucharadita de sal
1 cucharadita de canela
1 cucharadita de bicarbonato
1 cucharadita de esencia de vainilla

Forramos una bandeja de horno con papel vegetal. Combina en un bowl la harina, la sal, la canela y el bicarbonato.
Batimos la mantequilla con las varillas hasta conseguir tener una masa cremosa. Añadimos los dos tipos de azúcar y seguimos mezclando hasta disolver el azúcar, como 3 minutos. A continuación se agregan los huevos de uno a uno y la esencia de vainilla.
Cuando tengamos una mezcla homogénea añadimos los ingredientes secos en dos veces, removiendo bien para integrar bien todo en cada tanda.
Por último añadimos las pasas y la avena. Colocamos en el frigorífico para que enfríe la pasta durante media hora.
Primero precalentamos el horno a 180º y sobre el papel vegetal vamos poniendo bolitas de la pasta que habremos cogido con una cucharadita., para que todas las galletas salgan más o menos del mismo grosor.
Horneamos de 10 a 15 minutos o hasta que veamos que las galletas tienen ya un tono de café dorado.
¡A disfrutar comiéndolas!


domingo, 19 de septiembre de 2010

Magdalenas de limón




Dimitris había levantado cielo y tierra para encontrar a esa niña que sollozaba debajo del sauce llorón. Preguntó a gente de toda clase, en los barrios más recónditos, sin embargo, parecía como si nadie la hubiera visto jamás, como si su imaginación le hubiera hecho una treta imaginándose esa historia.
Lo dio todo por perdido, no la conocía, no sabía cómo era, tan sólo su obsesión le estaba guiando al desgaste. Decidió volver a su vida, hacer caso a sus amigos y zanjar esa búsqueda desesperada. La angustia y exaltación continua estaban causando estragos en él y su madre cada vez lo veía más preocupado, más delgado.
Eugenia se percató de los cambios en su hijo y le preocupó que anduviera entre los escarceos amorosos propios de su juventud, pues sólo una causa podía provocar tal situación. Se había convertido en un hombre de diecisiete años, de buen porte y facciones bellas, por lo que cualquier mujer desearía caer entre sus brazos, más aún sabiendo cuál era su clase.
De este modo, preparó un plan para terminar con las con los fantasmas que atormentaban a su hijo. Benice, la prometida de Dimitris desde su nacimiento, aparecería en escena. No era una chica especialmente bella, sin embargo, su inteligencia y su capacidad para adelantarse a cualquier situación serían suficientes para cautivar a un hombre.
Además, también sería necesario dar nuevos aires a la casa. Debería convertirse en un lugar de recreo, de visitas y fiestas continuas, de modo que Dimitris pasara la mayor parte del tiempo como anfitrión y no le quedara más tiempo para vagabundear por las calles de la ciudad. Por otro lado, si conseguía este propósito, Eugenia se percataría de cada uno de sus movimientos y podría controlarlo.
El mismo día en que comenzaba el verano la casa se había transformado en un pequeño palacete donde por la noche tendría lugar la fiesta más esperada entre los jóvenes de la isla. Dimitris no veía necesidad de ir publicando a bombo y platillo esa celebración, pero sus padres habían insistido tanto, que decidió invitar a todos sus amigos, quienes a su vez traerían a sus más cercanos familiares de ambos sexos, por supuesto.
Todos los preparativos parecían marchar adecuadamente, cuando, bien entrada la mañana uno de sus sirvientes apareció en el salón sosteniendo a su mujer, la cocinera.
- Señora, mi mujer se encuentra mal. Está en el final de su embarazo, por lo que sus síntomas bien podrían ser los del alumbramiento.
Con ojos de desesperación a Eugenia no le quedó más alternativa que despedir a su sirvienta. Preguntó entre sus sirvientes si alguien podría sustituir temporalmente a la futura madre, cuando uno de ellos habló de una amiga, muy jovencita, pero la mejor de las cocineras que pudiera encontrar en esa isla, su cocina era diferente de países lejanos, pero podría dar un toque especial a esa noche de magia. La expresión de la señora no tranquilizó al hombre que había hablado, pero ella tuvo que aceptar que la trajeran inmediatamente a su cocina y que comenzara a preparar esos manjares que habían comentado.
Así, Lupe apareció por la casa de Dimitris cerca de las tres de la tarde y, tras la presentación y normas de Eugenia, volvió a ser feliz entre los fogones de esa nueva casa. Su imaginación la transportó a su país y su abuela, sentada en su silleta, la guiaba en cada paso: "Lupita, menos chile, que por aquí no andan acostumbrados y no sea que los mandes al carajo niñita". La casa entera se inundó del olor de las tortitas y de los burritos, de los antojitos propios de su México lindo y del Chile estrella solitaria, como plato principal para la ocasión. De postre, un Pan de nata de Pan de Nata de Tlaxcala, embadurnado de chocolate y enorme de grande.
Dimitris llegó a casa a las seis de la tarde, había estado ultimando la iluminación de la fiesta y comprando los últimos encargos de su madre. Algo le paralizó cerca de la cocina, un olor inusual, intenso y provocador salía de la puerta entreabierta de esa habitación y sus pies autómatas, caminaron en esa dirección. Abrió la puerta y sintió como su cuerpo explosionaba de gusto ante lo que sus ojos contemplaban: una bandada de platos en hilera, cerca de la niña que había buscado tanto tiempo, se encontraba de espaldas, pero ese cabello le resultaba totalmente inconfundible. Se acercó a ella.
- Perdona, no sé si te acuerdas de mí.
Lupe se sobresaltó, no había notado su presencia.
- Sí, usted. Cada vez que aparece, me da un susto tremendo. Lo conocí hace dos meses delante de la fiesta a la que iba como bailarina.

Dimitris sintió una alegría inmensa; sí que le recordaba. No sabía si decirle que la había estado buscando, que quería conocerla. Sin embargo, las palabras que tanto había memorizado en el tiempo en que no la encontró, se esfumaron ante su presencia. Únicamente podía mirarla, ver con qué mimo ultimaba los detalles de la fiesta, observar sus manos, sus brazos y esos labios a los que besaría en ese instante, si supiera que no le faltaría el respeto a esa niña, no tan niña a medida que espiaba sus facciones, sus curvas. Lejos de la oscuridad de la noche en la que la conoció pudo darse cuenta de su edad, de su clase social y de las diferencias que existían entre ambos, pero no le importó tan sólo un pensamiento vagaba por su mente, deseaba conocerla con todas sus fuerzas.
- Perdona, Lupe, ¿esta noche vendrás a la fiesta?
- No, señor. Mi sitio está aquí, que todo salga bien y que no falte la comida fuera. La patrona de la casa me lo mandó así y no puedo disgustarla.
- Lupe, yo soy Dimitris, el hijo de la patrona, como tú la llamas, y mi deseo es que esta noche aparezcas por la fiesta. Hablaré con mi madre y todo solucionado.
Hizo que se alejaba, pero ante la mirada atónita de la niña, retrocedió y la besó delicadamente en la mejilla. Lupe sintió el calor de los labios de Dimitris, su respiración rápida y las mejillas volvieron a tornarse del mismo rojo del de la noche en que ése extrañó interrumpió su intimidad. No debía ir a la fiesta, algo en su interior decía que no era lo adecuado, además ¿dónde encontraría a esas horas una vestimenta adecuada? Le vino a la cabeza su vecina Dafne, costurera de las mejores familias, tal vez ella dispusiera de un vestido para prestarle esa noche.

Efectivamente, Dafne nada más enterarse de dónde iría Lupe, se le alteró el pulso: la casa de su hijo, a la que tantas veces había intentado ir para verle. Recordó que tenía un vestido de seda blanca largo, con un sólo tirante diagonal de cenefas doradas que sujetaba el vestido a la altura del pecho. Quien había encargado este trabajo lo rechazó por no ser demasiado ostentoso, por lo que con algún arreglo y buen acompañamiento podría servirle a Lupe.
Salió de casa de Dafne fascinada de tanto lujo, había olvidado quién era y tan sólo deseaba llegar a la fiesta, que él la viera. Corrió y corrió y cuando llegó a la puerta sintió la admiración de todos ante su presencia. Hombres y mujeres se giraban, cuchicheaban y murmuraban en voz alta, se preguntaban quién era esa chica, de dónde había salido. Sólo Eugenia maldijo la decisión tomada esta tarde, pues vio a su hijo cómo se dirigía firme y decidido al encuentro de Lupe, apartando a los visitantes y sus ojos llenos de brillo, fulgor.


Me temo que comer mis palabras, os dije que habría un final hoy, pero no puedo dejar la historia. Cuando me doy cuenta de lo que he escrito resulta que es demasiado y tampoco quiero dejar una Biblia como entrada. Por eso ahora no voy a prometer que la próxima entrada será el final, si no que digo que es lo que me gustaría... Sólo espero que os esté gustando y que me esperéis un poco para el final.

La receta de hoy unas ricas magdalenas. Tremendas de ricas para desayunar, esponjosas y con el sabor de limón en cada bocado. Seguro que os gustan.


Magdalenas de limón
Ingredientes
3 huevos
250 gr de leche
70 gr de aceite de girasol
330 gr de harina
250 gr de azúcar
1 yogur de limón
La ralladura de un limón
4 sobres de gasificante (2 dobles: 2 blancos + 2 moados si son marca Hacendado)

Precalentamos el horno a 180º y preparamos los moldes individuales de papel para las magdalenas. Yo éstos los he puesto sobre un molde de 9 magdalenas para que no perdieran forma los moldes individuales.
Ahora preparamos la masa de la magdalena. Para ello, colocamos los huevos en un bowl con el azúcar y mezclamos con la batidora durante unos minutos hasta que se deshaga el azúcar y tome la mezcla espumosa tome un tono amarillo pálido. A continuación añadimos el aceite, se vuelca el medio yogur y la leche y se sigue uniendo los ingredientes. Ahora incorporamos la ralladura de limón.
Tamizamos la harina y los papeles de gaseosa y se va mezclando con lo anterior y se echa rápidamente en los moldes. Horneamos durante 20 minutos o hasta que veamos que la magdalena está doradita y pinchando con un palillo salga limpio. ¡A comer!
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