Lupe se paró y firme mantuvo la mirada deseosa de Dimitris, quien a grandes zancadas se acercó a ella en unos segundos. Sus ojos se encontraron, frente a frente, uno junto al otro. Él, el rey de la fiesta, con su porte distinguido y seductor, pero su expresión y sus ojos mostraban lo contrario: un chico cegado por la fuerza de los sentimientos, intentando expresar lo que encerraba su alma.
Eran el centro de atención, la fiesta se movía a su alrededor, unos deseosos de conocer la procedencia de la muchacha, otros locos de celos...
Para Dimitris su mundo adquirió una nueva perspectiva: la de los ojos de Lupe, de cerca más bella aún, con su sola presencia inundaba toda la estancia y su vestido blanco impoluto resaltaba aún más el color café de su piel y sus ojos oscuros.
Inauguraron juntos el baile, pues Lupe ante la decisión de su compañero, se dejó llevar, acariciar por el suave movimiento del compás y halagar por el cariño conque sentía el susurro tarareo de Dimitris. Los ojos de él la atraían como un imán, no podía desviar su atención, tan sólo sentía su estómago, su piel rozando con los manos de su acompañante. Sabía a la perfección que debía acallar sus , que sería una frustración y un desengaño, pues no pertenecían al mismo mundo; sin embargo, esta pasión nueva iba en contra de su lógica, de su razón y, de momento, salía triunfante.
La música bailó y el cambio de pareja hizo que se separaran. A Dimitris le tocó bailar con Benice, quien había sabido colocarse estratégicamente para que su prometido no siguiera con la vista a Lupe. Le habló de boda, de los preparativos que había comenzado con Eugenia, del sitio señalado y de la fecha pendiente sólo de su aprobación. Dimitris no la escuchaba, asentía mecánicamente, lo que bastó para que la muchacha diera por asentado su compromiso. En tan sólo tres días toda la ciudad se haría eco del nuevo enlace.
Dimitris y Lupe no volvieron a encontrarse en el baile, ella se encontraba demasiado solicitada por el sexo masculina y él pasaba de las manos de Benice a las de su madre y así durante las dos horas que duró la fiesta. En la despedida consiguió abandonar a su madre, tendría entretenimiento para rato dando los agradecimientos de asistencia protocolarios, así que a escondidas consiguió atravesar todo el patio y llegar a la cocina. Allí, encontró a Lupe y como un ciclón la cogió en brazos y con ella se dirigió camino de la playa.
Dieron la vuelta entera a la isla contándose su infancia, sus gustos, anhelos,... Pero a Lupe tanta solemnidad no le divertía, por lo que mientras Dimitris admiraba el amanecer, agarró un buen puñado de arena y se lo plantó en la cabeza al chico antes de echar a correr. Dimitris le clavó la mirada sonriedo picaronamente y lanzado la siguió hasta alcanzarla. La cogió de la cintura y la levanto con las dos manos hacia el cielo, la bajo despacio y cuando se encontraron cara a cara la besó en la comisura de los labios dulcemente una y otra vez hasta que el ruido del mercado de la mañana los despertó de su sueño y tuvieron que despedirse.
A Eugenia la salida nocturna de su hijo no le había hecho ninguna gracia, más oliendo con quién había estado. Por ello, mandó una nota a la casa de Lupe con el sirviente que la conocía para notificarle que ya no volviera a su casa para cocinar. Al mismo tiempo, invitó a Benice y su madre a que pasaran unos días en la mansión familiar para ultimar los preparativos de la boda con su hijo.
Dimitris sólo se percató de lo peligroso de su situación dos días después de la fiesta, cuando en su cuarto observó una caja con el traje de novio. En ese instante armó en cólera y se presentó frente a su madre pidiendo explicaciones.
- Hijo bien sabes lo que supone que dentro de unos meses alcances la mayoría de edad. Tu padre es muy mayor ya y necesita que alguien le releve en su trabajo. Además esta casa requiere una nueva administración, niños que le den otro aire. Tú vas a necesitar una mujer que esté a tu altura y te quiera y, para ello, nadie mejor que Benice.
- Pero madre, yo no he elegido a Benice, yo no quiero casarme, bueno sí, pero no con ella.
- Dimitris déjate de romanticismos, te casarás con ella, pues desde pequeños se concertó así vuestro matrimonio.
- ¡No! Me casaré con quien amé y ella me ame a mí, aunque tenga que renunciar a todo lo que tengo.
La cara de horror de Eugenia dejó estupefactas a Benice y su madre, quienes en ese momento entraban en el salón donde discutían madre e hijo. Dimitris salió sin saludar y las mujeres siguieron con sus labores sin dar más importancia al percance.
Tan sólo quedaba un mes para la boda y Dimitris perdió la esperanza de encontrar a Lupe, desde aquella noche juntos parecía haber desaparecido. Ella se había enterado de lo que iba a suceder por los cuchicheos de la gente del pueblo. No habría vuelta atrás, el sino estaba echado, por lo que su determinación sólo podía ser una, olvidarlo. De esta manera, aceptó la propuesta de su padre de aprender costura con su vecina Dafne, además le ayudaría en su trabajo y así conseguiría pagarle el vestido que le regaló para la fiesta de Dimitris. Moses, preocupado por la intranquilidad de su hija y con la excusa de dejar las mejores telas de otros países que le vendían sus amigos, decidió visitarla en las horas de su aprendizaje, pero no consiguió engañar a Dafne, quien sentía como poco a poco él más la piropeaba.
Con Lupe, Dafne consiguió duplicar su trabajo, había aprendido muy rápido y sus manos parecían haber nacido para vivir entre telas. Sus primeros vestidos adquirieron protagonismo rápidamente, por lo que la muchacha decidió dar nombre a sus creaciones bajo el seudónimo de María, el nombre de su madre y abuela, quienes la ayudarían donde estuvieran.
Pronto llegó a oídos de Benice los datos de una nueva costurera, que estaba innovando con inspiraciones de otros países y las mejores telas. Su vestido debía ser confeccionado por ella y por su maestra y así poder ir a la última, crear tendencia. La madre de Benice consiguió dar con su contacto y hacerle llegar una nota proponiéndole la confección de un vestido de novia por una suma de dinero jamás imaginada por Lupe y mucho menos para Dafne. Sin embargo, el lugar de la preparación echaron para atrás a Lupe, no quería volver a pisar la casa de Dimitris y mucho menos encontrarse con él. Dafne ante la excitación de su alumna reconoció lo que le estaba sucediendo y le infundó el valor que necesitaba para hacer frente a esa situación y no perder la oportunidad que se le presentaba para terminar siendo una de las modistas más valoradas de la ciudad. Para ello, idearon un plan, Dafne sería la encargada de ir y venir de la casa de la novia, cogería todos los arreglos y medidas y Lupe sólo tendría que terminar su creación con Dafne. Así, nadie tendría que verla y, por tanto, no terminarían el contrato de trabajo antes de ser pagadas las horas de esfuerzo.
Este método funcionó durante dos semanas, pero un día Dafne despertó con malestar, se tomó la temperatura y era demasiado elevada. Aún así, sabía que de ella dependía todo el esfuerzo de Lupe, de modo que se vistió para salir de casa. Lupe se la encontró en la puerta, con tan mala cara que salió corriendo a su encuentro. Ante la desesperación de la mujer y su firme convencimiento de ir a medir el vestido de novia, Lupe decidió acompañarla hasta la puerta y esperarla escondida hasta que saliera.
Pasaron dos horas y no hubo movimiento, pero cuando iban a dar las doce de la mañana una silueta masculina llegaba a la puerta de la mansión. La reconoció al momento, era Dimitris, pues su estómago volcó de alegría y su corazón comenzó a palpitar de emoción. Pero no se dejó llevar, calmó su cabeza y siguió mirando la situación, cuando, de repente la puerta se abrió y apareció Dafne, pálida como el marmol, demacrada y con una bolsa enorme donde llevaba el vestido. Se quedó paralizada ante la expectación de su hijo Dimitris, él la intentó ayudar, pero con un débil gemido, Dafne exclamó:
- Hijo, hijo mío, no te preocupes por tu madre. Puedo sola. - Y no le dio tiempo a pronunciar más pues como un peso muerto cayó sobre los brazos de Dimitris.
Lupe salió corriendo de su escondite y se avalanzó hacia Dafne a quien Dimitris había colocado delicadamente en el suelo. Él miraba incrédulo la situación, ¿quién era esa mujer que le había llamado hijo? ¿Por qué le resultaba tan familiar? ¿Y Lupe? ¿Qué pintaba ella en todo esto?
Entró en la casa para pedir ayuda a los sirvientes y llevar a Dafne donde le dijera. Hasta la cocina tuvo que ir para encontrarlos comiendo un plato que durante tantos años había recibido en su cumpleaños, una
moussaka. Los levantó y mandó que le ayudaran.
Llevaron a la enferma a su casa y la acostaron en el sillón del salón. Lupe sugirió que algo de comida la reanimaría, por lo que se acercó a la mesa y cogió una fuente con
moussaka. En ese instante Dimitris se percató de que era la misma fuente que la que había en su casa, la misma que durante años su madre había mandado tirar por ser poco ostentosa, además contenía la moussaka con un olor exactamente igual al que desde siempre había olido. No se movió del lado de Dafne hasta que despertó, la vio comer, quejarse, dormir, hasta que cercana ya la noche, consiguió recuperarse. Abrió los ojos y se encontró con su hijo Dimitris, tanta fortaleza y emoción contenida durante casi dieciocho años salieron a flote en sólo unos segundos, el tiempo suficiente para que las lágrimas cubrieran su cara y por sus labios salieran estas palabras:
- Hijo, nunca quise abandonarte, pero eras tan pequeño y tu padre murió, ya éramos suficientes bocas en casa y temí no poder darte ni un bocado, por lo que te dejé con Eugenia. Sé que tal vez no me perdonarás, ni siquiera yo lo he hecho conmigo misma por no luchar en ese instante, pero nunca te abandoné, siempre fui a verte, todos los días, sabía qué te gustaba y te lo dejaba en casa ¿te acuerdas de la camisola azul? ¿de las moussakas por tu cumpleaños?
Lupe no daba crédito a lo que estaba escuchando. Su vida había girado alrededor de Dimitris desde que había llegado a la isla y todos sus pasos se habían encaminado al encuentro de ese hombre por quien su cuerpo estallaba.
Esta confesión cambió por segunda vez en su vida, su destino. Se enfrentó a su madre, desveló a su padre adoptivo la verdad y se negó a casarse con Benice, quien tampoco deseó el futuro con un hijo de la baja sociedad. Eugenia no aceptó que Dimitris la abandonara por lo que le repudió y sacó de su testamento, no recibiría ni dinero ni gloria de su parte.
Dimitris recuperó a su verdadera familia, a sus hermanas y a su madre, también a otro padre Moses, quien pronto le entregó la mano de su hija Lupe, la persona a la que había querido desde que se la encontró bajo el sauce llorón y a quien deseaba con todas sus fuerzas.
((FIN))
Espero que hayáis disfrutado de este novelón de cuatro entregas. Me he alargado, lo sé, pero eso me pasa por empezar a escribir...
Y como colofón final a esta historia os dejo unas galletas tremendísimas de buenas, totalmente adictivas y fáciles de hacer. Son unas Oatmeal cookies o galletas de avena. Hacedlas que quedaréis como reyes ante visitas y amigos.
Oatmeal cookies (Galletas de avena)
140 gr de mantequilla a temperatura ambiente
190 gr de azúcar morena
90 gr de azúcar blanca
125 gr de copos de avena
230 gr de harina de trigo
2 huevos
1 cucharadita de sal
1 cucharadita de canela
1 cucharadita de bicarbonato
1 cucharadita de esencia de vainilla
Forramos una bandeja de horno con papel vegetal. Combina en un bowl la harina, la sal, la canela y el bicarbonato.
Batimos la mantequilla con las varillas hasta conseguir tener una masa cremosa. Añadimos los dos tipos de azúcar y seguimos mezclando hasta disolver el azúcar, como 3 minutos. A continuación se agregan los huevos de uno a uno y la esencia de vainilla.
Cuando tengamos una mezcla homogénea añadimos los ingredientes secos en dos veces, removiendo bien para integrar bien todo en cada tanda.
Por último añadimos las pasas y la avena. Colocamos en el frigorífico para que enfríe la pasta durante media hora.
Primero precalentamos el horno a 180º y sobre el papel vegetal vamos poniendo bolitas de la pasta que habremos cogido con una cucharadita., para que todas las galletas salgan más o menos del mismo grosor.
Horneamos de 10 a 15 minutos o hasta que veamos que las galletas tienen ya un tono de café dorado.
¡A disfrutar comiéndolas!